“Matinee” (2023) no es, precisamente, una obra maestra del cine. Sin embargo, la película de Martin Provost logra resultar sorprendentemente inquietante, un ejercicio de tensión psicológica que, más allá de su contexto apocalíptico, explora la fragilidad de la psique humana y el poder seductor de la ficción. La trama, aunque simple, se enmarca en un escenario original y perturbador: un productor de películas de terror, David, se enfrenta a la amenaza de la Guerra Fría y decide lanzar una premier de su último thriller con efectos especiales dentro de un cine abandonado. La premisa en sí misma es lo suficientemente sugestiva, pero la película la lleva a un territorio donde el miedo es tanto real como fabricado.
La dirección de Provost es, en general, sólida. Logra mantener la tensión constante a lo largo de su duración, construyendo una atmósfera opresiva y claustrofóbica. Evita caer en trucos baratos o sobresaltos fáciles, optando por una estrategia más lenta y deliberada, que se basa en la sugerencia y el suspense. La ambientación es crucial para el éxito de la película, y Provost la maneja magistralmente, aprovechando al máximo la iluminación, el sonido y el diseño de producción para crear una sensación palpable de peligro inminente. La decisión de rodar en un cine vacío, que se convierte en el escenario de la pesadilla, es un acierto estético y narrativo que refuerza la sensación de aislamiento y vulnerabilidad.
La película cuenta con actuaciones contundentes, especialmente por parte de Patrick Timsit como David. Su interpretación transmite la angustia, la desesperación y la obsesión del personaje de una manera convincente y sutil. Es un papel que exige un gran control emocional, y Timsit lo aborda con maestría. Los demás personajes son menos desarrollados, pero cumplen su función dentro de la trama, sirviendo principalmente para amplificar el horror psicológico que se está gestando. La dinámica entre David y sus acompañantes, un grupo de ciudadanos comunes enfrentados al miedo, es el núcleo emocional de la película, creando un espacio donde la ilusión y la realidad se difuminan constantemente.
A pesar de su eficacia en la creación de atmósfera y las sólidas actuaciones, el guion presenta algunas inconsistencias. La justificación de las motivaciones de David es un poco vaga, y algunos diálogos resultan artificiales. Si bien la película se enfoca en la experiencia subjetiva del miedo, podría haberse profundizado en la reflexión sobre la naturaleza del terror y su relación con la sociedad. El final, aunque impactante, carece de la ambigüedad que habría potenciado la experiencia cinematográfica. La película, en definitiva, es un ejercicio interesante pero no perfecto, una advertencia sobre los peligros del aislamiento y la ilusión, y un recordatorio de que el verdadero miedo reside, a menudo, en nuestro interior.
Nota: 7/10