May, ¿quieres ser mi amigo? (2003)

“May, ¿quieres ser mi amigo?” es un melodrama distópico que, a pesar de sus pretensiones de explorar la soledad y la violencia, no logra alcanzar el impacto que promete. La película, dirigida por Charlotte Mertens, se adentra en un mundo visualmente inquietante y perturbador, pero la ejecución, en última instancia, es desigual y carente de la profundidad emocional que necesita para enganchar verdaderamente al espectador.

La historia se centra en May, interpretada con una sutileza notable por Florence Pugh, una joven atormentada por una incapacidad fundamental para establecer relaciones significativas. Pugh aporta una vulnerabilidad convincente al papel, transmitiendo la angustia y el vacío emocional de May con una economía de gestos y miradas. Su actuación es, sin duda, el punto más fuerte de la película, capaz de comunicar todo un universo de emociones con una simple expresión facial. Sin embargo, incluso la brillantez de Pugh no puede salvar la fragilidad del guion.

El guion, escrito por Mertens y Sam Rifaat, se aferra demasiado a la idea de una sociedad donde la empatía es una enfermedad. Aunque el concepto – una sociedad que, en lugar de tratar la violencia, la suprime quirúrgicamente y la “cura” con medicamentos – es interesante y provocador, se presenta de una manera repetitiva y, en ocasiones, torpe. La premisa se revela con demasiada rapidez, dejando poco espacio para que el espectador se sumerja en las complejidades morales y psicológicas que se vislumbran. Los diálogos, por otro lado, son a menudo artificiosos y se sirven para justificar las decisiones de la trama, en lugar de surgir orgánicamente de las interacciones de los personajes.

La dirección de Mertens es visualmente impactante, utilizando colores apagados y un estilo de fotografía que emula a la perfección el ambiente opresivo de la sociedad controlada. Hay momentos de gran belleza, como las escenas dentro del centro veterinario, donde May encuentra una conexión temporal con los animales, sugiriendo una necesidad de afecto que el mundo humano le niega. Sin embargo, esta estética, si bien efectiva para crear una atmósfera general de desasosiego, corre el riesgo de volverse recelosa, como si la propia película quisiera advertir al público de lo peligroso que es acercarse demasiado. La banda sonora, que se alterna entre melodías electrónicas inquietantes y piezas orquestales melancólicas, refuerza la sensación de inquietud.

A pesar de sus elementos visuales y la actuación de Pugh, “May, ¿quieres ser mi amigo?” no logra trascender el cliché del drama distópico. La película ofrece una crítica interesante sobre la soledad y la deshumanización, pero carece de la sustancia narrativa y el desarrollo de personajes que podrían haberla transformado en una obra realmente memorable. La película se queda en la superficie, presentando una advertencia moral sin profundizar en las motivaciones y la experiencia interna de los personajes.

Nota: 6/10