Memorias de un zombie adolescente (2013)

“Memorias de un Zombie Adolescente” no es, precisamente, la comedia de terror que muchos esperaban. Más bien, es una meditación existencial envuelta en un chiste negro, una propuesta audaz y, a veces, confusa que se gana, paradójicamente, su fuerza en sus momentos de lucidez y en la complejidad de sus personajes. La película, dirigida por Brandon Cronenberg (sí, hijo de David Cronenberg), despliega una estética visualmente perturbadora y exquisita, que recuerda al neorrealismo canadiense pero con la paleta de colores y la sensibilidad particular del horror corporal. La fotografía, obra de Ben Nelson, es un festín para los ojos, con planos a veces espeluznantes, utilizando la luz y la sombra para crear una atmósfera palpable de decadencia y desasosiego. Se siente la influencia de películas como “Eraserhead” o “Videodrome”, pero con una interpretación moderna y con un enfoque en la psique de sus personajes.

El núcleo de la película reside en la inusual relación entre R (Andrew Lincoln, mostrando una faceta atormentada y vulnerable que dista mucho de su rol en “The Walking Dead”), un zombi que lucha contra su hambre voraz y sus recuerdos fragmentados, y Margot (Nora Rothstein), una joven y bella novia que, contra todo pronóstico, parece tolerar la presencia de R. Esta conexión, inicialmente forzada por un acto de desprecio de R hacia una víctima, se convierte en el catalizador de una serie de acontecimientos imprevistos. La película no ofrece respuestas fáciles; más bien, se centra en la exploración de la soledad, el deseo de conexión y la búsqueda de significado en un mundo devastado. La química entre Lincoln y Rothstein es notable, logrando transmitir la incomodidad, la atracción y, en última instancia, la esperanza que surge de esta relación improbable. El guion, en manos de Cronenberg y su hermano, Guy, se permite ser ambiguo, dejando espacio a la interpretación del espectador. No rehúye la violencia, pero tampoco la convierte en el elemento central; la amenaza real reside en la deshumanización y en la pérdida de la identidad.

Las actuaciones, además de Lincoln y Rothstein, son sólidas. La galería de personajes secundarios, aunque no desarrollados en profundidad, aportan matices a la narrativa. Destaca especialmente la interpretación de la madre de Margot, interpretada por Matilda Lutz, que encarna la desesperación y el dolor de una madre que intenta aferrarse a la sanidad mental de su hija. La película, aunque a veces predecible en su planteamiento, logra sorprender por la originalidad de su premisa y por la inteligencia con la que aborda temas universales a través de la lente del horror. No es una obra maestra, pero sí una película que provoca reflexión y que, sin duda, dejará una impresión duradera. Es un experimento cinematográfico que desafía las convenciones del género, ofreciendo una visión alternativa del apocalipsis zombi. La dirección, meticulosa en cada detalle, genera un mundo visualmente impactante y emocionalmente resonante.

Nota: 7/10