Men in a hope (2011)

“Men in a Hope” (en español, “La esperanza en los hombres”) es un ejercicio de ironía social y retrato familiar que, a pesar de su premisa inicial ligeramente descabellada, consigue ser sorprendentemente perspicaz y, en ocasiones, profundamente conmovedora. La película de Taika Waititi no se conforma con ofrecer un simple entretenimiento ligero; se adentra en las complejidades de la relación marital y la necesidad, a menudo mal entendida, de mantener la llama viva en un matrimonio de larga duración.

La dirección de Waititi es magistral. Logra equilibrar el humor irreverente, característica distintiva del director, con momentos de vulnerabilidad emocional que impactan con fuerza. Utiliza un contraste notable entre la actitud despreocupada y, a veces, abiertamente provocadora de Rudolf (Christoph Waltz) y la evolución de su hijo, Andrew (Jesse Plemons). El ritmo de la película es deliberadamente pausado, permitiendo que el espectador absorba la dinámica familiar y la lenta comprensión de Andrew ante las ideas de su padre. La fotografía es exquisita, con un uso del color y la luz que enfatiza las emociones de los personajes y el ambiente rural en el que transcurre la historia. No se limita al color pastel, si bien éste predomina, sino que utiliza los tonos apagados y la luz natural para pintar un retrato realista de la vida rural.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Christoph Waltz ofrece una interpretación deslumbrante como Rudolf, personificando la arrogancia, la confianza y, en ocasiones, una desconcertante ternura. Su personaje es un enigma, un hombre convencido de su propio criterio y de que, al final, el amor puede ser cultivado a través de la provocación. Jesse Plemons, como Andrew, entrega una actuación sutil y conmovedora, mostrando la lucha interna de un hombre que intenta mantener la paz familiar a pesar de las ideas conflictivas de su padre. La química entre ambos actores es palpable y esencial para el éxito de la película. Los papeles secundarios, especialmente el de Sam Rockwell como el inquietante y manipulador “hombre en el bosque”, añaden capas de complejidad a la trama.

El guion, coescrito por Waititi y Hamish Tegert, es la verdadera joya de la película. No se rehúye a explorar las motivaciones subyacentes de cada personaje, revelando las inseguridades, las expectativas y los miedos que alimentan sus acciones. La película no juzga, sino que presenta las ideas de Rudolf como una perspectiva válida, aunque cuestionable, y permite al espectador formarse su propia opinión. El debate central - ¿la infidelidad es un tabú inamovible o simplemente una necesidad de mantener la chispa en una relación a largo plazo? - se plantea con honestidad y sin soluciones fáciles. Más allá de las bromas y la ironía, la película plantea preguntas profundas sobre el amor, la familia y la aceptación.

Nota: 8/10