“Metropolitan”, la ópera de guión de Oliver Stone sobre las vidas paralelas de una élite neoyorquina, es una experiencia cinematográfica compleja, deliberadamente lenta y, a menudo, frustrante, pero innegablemente fascinante. Stone, conocido por su compromiso político y sus películas de acción, se adentra en un territorio sorprendentemente introspectivo, explorando la alienación, el desencanto y la vacuidad de la clase alta de Nueva York en la década de 1930. No es una película de entretenimiento fácil, sino un retrato meticuloso y, en muchos aspectos, amargo de una sociedad que ha perdido su propósito.
La dirección de Stone es imponente y visualmente rica. La película se beneficia enormemente de la fotografía de Caleb Desilva, que captura con detalle la opulencia y la decadencia de las mansiones y apartamentos de Park Avenue. Los interiores, en particular, son grandiosos y claustrofóbicos a la vez, transmitiendo la sensación de ser atrapado en un mundo de reglas inútiles y rituales vacíos. El uso de la luz y la sombra, la paleta de colores apagados y la composición deliberada crean una atmósfera densa y melancólica que permea toda la película. Sin embargo, a veces la meticulosidad visual se convierte en una ralentización excesiva, perdiendo el ritmo narrativo.
Las actuaciones son sobresalientes. Ralph Fiennes como Tom Townsend ofrece una interpretación magistral, transmitiendo con sutileza la incomodidad, la incomedia y el creciente resentimiento del personaje ante la superficialidad de sus antiguos amigos. La película se centra en sus interacciones, y la química entre Fiennes y Michael Shannon, quien interpreta a Bud Caldwell, un ex-boxeador que intenta integrarse en la élite, es palpable y, a veces, tenso. Shannon aporta una autenticidad inquietante a su papel, mostrando una mezcla de desesperación y ambición. La galería de personajes secundarios, que incluye a Matt Dillon, Julianne Moore y Patricia Clarkson, está bien construida y cada uno contribuye a la complejidad del retrato social. La película no trata de juzgar a sus personajes, sino de desentrañar las motivaciones detrás de sus acciones y de la perpetuación de ese ciclo de vacío.
El guion, adaptado de la novela de Jay McInerny, es donde reside la mayor fuerza y debilidad de la película. Si bien la trama de bridge y los debates filosóficos, aunque estilizados, sirven como un vehículo para explorar las dinámicas sociales, la película se pierde a menudo en la introspección excesiva. Las largas conversaciones, a veces densas y abstractas, pueden resultar tediosas. Aunque el guion refleja una crítica mordaz de la clase alta, su ejecución es ambigua y a veces demasiado sutil para ser verdaderamente impactante. La película se enfoca en la atmósfera y la psicología de los personajes, descuidando, a veces, la necesidad de una trama más definida y un clímax más satisfactorio. El ritmo lento contribuye a esta sensación de que la película se prolonga más de lo necesario.
En definitiva, “Metropolitan” es una película provocadora y visualmente impresionante que ofrece una rara mirada a la alienación y el desasosiego de la clase alta. Si bien puede ser frustrante para algunos espectadores, su atmósfera opresiva y sus actuaciones convincentes la convierten en una experiencia cinematográfica memorable. Es una película que invita a la reflexión, pero que requiere paciencia y una mente abierta.
Nota: 7/10