“Mi año favorito” no es, precisamente, una joya atemporal del cine clásico, pero sí una pequeña maravilla de la comedia que se disfruta con la misma ternura que se merece su protagonista. La película, de factura relativamente modesta pero con una sensibilidad evidente, se centra en la relación inesperada y, a veces, exasperante entre Benjy Stone, interpretado con una delicadeza conmovedora por Mark Linn-Baker, y Alan Swan, el excéntrico y problemático artista alcohólico Peter O’Toole. La trama, a simple vista, podría parecer un cliché: un joven y ambicioso guionista debe lidiar con la mala conducta de un viejo amigo. Sin embargo, la película va más allá de esa premisa, explorando temas como la responsabilidad, la soledad y la aceptación.
La dirección de Richard Martin es discreta pero efectiva. Se centra en la creación de una atmósfera íntima, casi como un pequeño drama doméstico. No hay grandilocuencias ni espectaculares efectos especiales, sino una atención minuciosa a los detalles, como la luz tenue del estudio de televisión, el humo persistente del cigarrillo de Alan o la monotonía de la vida cotidiana. Martin logra transmitir el peso del deber de Benjy, su frustración y su creciente empatía hacia el artista alcohólico. La película se beneficia enormemente de la fotografía de David J. Harrison, que captura con precisión la melancolía y la belleza agridulce de la época. El vestuario también es impecable, evocando con fidelidad los años 50 sin caer en estereotipos exagerados.
La actuación de Peter O’Toole es, sin duda, el punto culminante de la película. O’Toole ofrece una interpretación magistral, transmitiendo con una precisión brutal la debilidad, el egoísmo y la angustia de Alan Swan. Es un personaje contradictorio, capaz de momentos de lucidez y generosidad, y de desmayos y rabietas repentinas. Mark Linn-Baker, por su parte, realiza un papel igualmente brillante, mostrando con naturalidad el proceso de transformación de Benjy, que evoluciona de un joven idealista a un hombre más maduro y comprensivo. La química entre ambos actores es palpable y fundamental para el éxito de la película.
El guion, coescrito por Richard Martin y John Williams, es inteligente y bien construido. Evita la hipérbole y se centra en la humanidad de sus personajes. La película no juzga a Alan Swan, sino que lo presenta como un hombre herido y necesitado de ayuda. La trama, aunque sencilla, está llena de momentos cómicos y emotivos, y culmina en un final conmovedor y realista. Se presta especial atención a la descripción de las conversaciones entre Benjy y Alan, que revelan la complejidad de su relación y el proceso de aceptación mutua. La película también utiliza el humor de una forma sutil y inteligente, evitando los clichés de la comedia para adultos. Se trata de una comedia con un corazón, un retrato honesto y conmovedor de la fragilidad humana y la importancia de la conexión.
Nota: 7/10
