‘Mi cena con André’ es una película que se instala en la memoria de manera singular, no por un despliegue de efectos visuales o una trama vertiginosa, sino por su capacidad para evocar la profunda incertidumbre inherente a la experiencia humana. Louis Malle, un director que siempre ha desafiado las convenciones, nos entrega una obra que se asemeja más a un ejercicio de introspección filosófica que a un entretenimiento tradicional. La película, escrita y protagonizada por Wallace Shawn y André Gregory, no busca ofrecer respuestas fáciles, sino confrontarnos con la dificultad de entender por qué estamos aquí y qué realmente importa.
La dirección de Malle es discreta pero magistral. No se involucra en la dirección de actores de la manera usual, permitiendo que la conversación fluya de manera natural, casi documental. El director se limita a grabar la escena, a registrar la atmósfera, a capturar la esencia de la interacción. Esta forma de abordar la dirección, a veces descrita como minimalista, es fundamental para la atmósfera contemplativa de la película. Se nota la experiencia de Malle en el cine, su habilidad para crear un espacio visualmente rico con muy pocos elementos. La cámara, casi siempre fija, se convierte en un testigo silencioso de la evolución de la conversación. La música, igualmente contenida, acompaña sin presionar, amplificando sutilmente el peso de las palabras.
Las actuaciones de Shawn y Gregory son, sin duda, el corazón de la película. Shawn, conocido por su humor ácido y personajes complejos, ofrece aquí una interpretación vulnerable y sorprendentemente íntima. Su André es un hombre brillante, pero también atormentado por la soledad y el sentido de la existencia. Gregory, por su parte, brilla con una naturalidad y una profundidad emocional que son sencillamente impresionantes. La química entre ambos actores es palpable, creando una relación de amistad genuina y, al mismo tiempo, una exploración intelectual de las ideas que se plantean. No se trata de que actúen "bien", sino de que transmitan la verdad de sus personajes, su anhelo de conexión y su lucha por encontrar significado.
El guion, fruto de la colaboración entre Malle y Shawn, es lo que realmente eleva la película a un nivel superior. La conversación es, en sí misma, un tapiz complejo tejido con referencias filosóficas, literarias y autobiográficas. Se evitan los clichés y los diálogos expositivos; en su lugar, se utilizan anécdotas personales para revelar las creencias y los miedos de los personajes. La película no ofrece soluciones, sino que plantea preguntas y nos obliga a reflexionar sobre nuestras propias vidas y nuestros valores. Es una película que te deja con más preguntas que respuestas, lo cual, en mi opinión, es una de sus mayores virtudes. No es una película fácil de ver, requiere paciencia y disposición a la introspección, pero la recompensa es una experiencia cinematográfica profundamente satisfactoria.
Nota: 8/10