Mi crimen (2023)

“Mi crimen” (1935), dirigida por Jean Renoir, no es solo un thriller de intriga, sino una disección elegante y, a veces, cruel de la sociedad parisina de la época. La película, a pesar de su apariencia sencilla, es una joya cinematográfica que se mantiene relevante por su retrato implacable de la ambición, la hipocresía y la búsqueda constante de la fama y la fortuna. Renoir, con su maestría habitual, construye una atmósfera densa y opresiva, reflejando el peso social y emocional que recae sobre los personajes.

La trama, centrada en el asesinato de un banquero, es un pretexto para introducir una galería de personajes excepcionalmente bien delineados. Renoir se deleita en presentarnos a figuras a las que los ojos del espectador juzgan casi instantáneamente. La protagonista, Madeleine, interpretada con una sutileza magnética por Irene Jungmann, no es simplemente la sospechosa más evidente, sino un personaje complejo y moralmente ambiguo. Jungmann ofrece una actuación que va más allá del mero rostro de la sospechosa, transmitiendo una mezcla de vulnerabilidad y calculo que hace que su comportamiento sea tanto intrigante como preocupante. Es una actuación que exige atención por su capacidad de sugerir más de lo que dice, dejando al espectador con la incertidumbre constante de su verdadera naturaleza.

La dirección de Renoir es, como siempre, impecable. Utiliza tomas largas y pausadas, permitiendo al espectador absorber la decadencia moral que impregna cada escena. El juego de luces y sombras, característico del director, crea un ambiente de intriga y sospecha constante, incluso en los momentos más tranquilos. No se trata de una dirección bombástica, sino de una observación meticulosa y paciente que permite al público comprender la complejidad de los personajes y la fragilidad de sus vidas. La película, en su esencia, es una crítica sutil pero certera a la mentalidad capitalista y al culto a la apariencia.

El guion, adaptado de la obra teatral de Pierre Brémond, es inteligente y elaborado. Evita los clichés del género y profundiza en la psicología de los personajes, mostrándoles como seres humanos falibles, consumidos por sus deseos y prejuicios. La tensión no surge únicamente de la investigación policial, sino también de las relaciones interpersonales, las mentiras y los secretos que se esconden bajo la superficie de la vida burguesa. Renoir no nos ofrece un “caso de policía” tradicional, sino un estudio sociológico disfrazado de thriller. La construcción de los diálogos es particularmente notable, cargados de sutileza y con un lenguaje que refleja la elegancia y el cinismo de la época.

En definitiva, "Mi crimen" es una obra maestra del cine francés de la época. Una película que, a pesar de su trama sencilla, invita a la reflexión sobre la naturaleza humana y la fragilidad de la moralidad. Es un clásico que merece ser visto y revisitado, y que sigue siendo tan relevante hoy en día como lo fue en 1935. La película no solo entretiene, sino que además, deja una huella duradera en la memoria del espectador.

Nota: 9/10