Mi monstruo y yo (2007)

“Mi monstruo y yo” (Mon Friul) es una película que, a primera vista, parece un relato de fantasía infantil. Sin embargo, tras su superficie inocente, se revela como una meditación conmovedora sobre la soledad, el deseo de conexión y el peso de las expectativas familiares. La dirección de Lewis Frere es cuidadosa y atmosférica, creando un ambiente de melancolía perpetua que captura a la perfección la experiencia de Angus, el protagonista interpretado con una sensibilidad notable por Charlie McDowell. La película se siente como un sueño, un susurro de magia en un paisaje escocés desolado y bello.

McDowell ofrece una actuación magistral. Su interpretación de Angus no es la de un niño travieso, sino de un alma perdida, consumida por la añoranza de su padre y la necesidad desesperada de encontrar significado en su vida. Su lentitud, su incomodidad, su mirada perdida, transmiten a la perfección el aislamiento y la vulnerabilidad del personaje. La química entre McDowell y el monstruo (interpretado en su mayoría por un complejo y convincente diseño de efectos visuales), es el corazón de la película. No se trata de una relación típica niño-animal, sino de un vínculo nacido de la soledad compartida y la necesidad de aceptación.

El guion, adaptado de la novela homónima de Trevor Mallard, es deliberadamente lento y contemplativo. La película no se apresura a dar respuestas ni a ofrecer soluciones fáciles. En cambio, se centra en el proceso de Angus para construir una relación con su monstruo, un proceso que se desarrolla a través de la comunicación silenciosa, la imitación y, finalmente, la aceptación mutua. La película juega con la naturaleza de la fantasía y la realidad, dejando al espectador preguntándose hasta qué punto las fantasías de Angus son reales o simplemente una forma de lidiar con su dolor y soledad. El ritmo pausado puede resultar tedioso para algunos, pero para mí fue precisamente lo que permitió una inmersión total en la experiencia emocional del protagonista. Las escenas en la playa, con el sonido del viento y las olas, son particularmente evocadoras y contribuyen significativamente a la atmósfera general de la película.

La fotografía, de excepcional belleza, captura la inmensidad del paisaje escocés, subrayando la soledad de Angus y la escala de su fantasía. El color se utiliza con maestría para intensificar las emociones de la película, pasando de una paleta apagada y melancólica a momentos de luminosidad y esperanza. Es una película que te invita a reflexionar sobre la importancia de las conexiones humanas, la búsqueda de la identidad y la aceptación de nuestros propios demonios internos. Aunque su forma puede no ser para todos, “Mi monstruo y yo” es, sin duda, una película que permanece en la mente mucho tiempo después de que los créditos finales han rodado.

Nota: 8/10