Mi padre (1989)

“Mi Padre” (Father) es una película que, irónicamente, se centra en el silencio prolongado y la falta de conexión entre un padre y su hijo, y en la manera en que la enfermedad puede ser el catalizador de un cambio inesperado. La película no busca generar un drama histriónico, sino que, a través de una narrativa contada con delicadeza y sutileza, explora la complejidad de las relaciones familiares, especialmente aquellas marcadas por la distancia emocional y el apego paterno reprimido.

La dirección de Rodrigo García es precisa y contemplativa. Evita los clichés del melodrama, optando por una atmósfera íntima que se construye a partir de los pequeños detalles: el olor a café, las conversaciones interrumpidas, las miradas que hablan más que las palabras. García logra mantener un ritmo pausado, permitiendo que el espectador se sumerja en la vida de la familia Tremont y en las emociones que se gestan bajo la superficie. El uso de la cámara a menudo se sitúa en primera persona, como si el público fuera un espectador silencioso en la habitación, presenciando el proceso gradual de redescubrimiento entre el padre y el hijo. No es un ejercicio de grandilocuencia, sino un retrato realista y comprensible del día a día.

Las actuaciones son, sin duda, el corazón de la película. Robert De Niro, en el papel de Jake Tremont, ofrece una interpretación magistral. Deja atrás la imagen del duro hombre de negocios y se sumerge en el papel de un hombre mayor, marcado por el tiempo y la ausencia, que lentamente se abre a la posibilidad de la intimidad. Su actuación es sutil, pero profundamente conmovedora. Es una interpretación que requiere sensibilidad y comprensión, y De Niro responde con una entrega impecable. Pero no se trata solo de él: Pierce Brosnan también realiza una excelente labor como el hijo, Daniel, un hombre atrapado en la rutina y en sus responsabilidades, que lucha por encontrar un equilibrio entre su vida profesional y su deseo de reconectar con su padre. La química entre ambos actores es palpable y genera una tensión emocional genuina.

El guion, coescrito por Rodrigo García y su hijo Tony García, es inteligente y evita simplismos. La película no ofrece soluciones fáciles ni finales felices prefabricados. En cambio, presenta un retrato honesto y complejo de la paternidad, mostrando las dificultades de conectar con un hijo adulto, los miedos y las expectativas que acompañan a la figura paterna, y la importancia de la vulnerabilidad para superar las barreras del pasado. La inclusión del nieto, Tommy, y sus problemas familiares añade una capa adicional de complejidad a la trama, pero también resalta la posibilidad de construir nuevas conexiones y de sanar heridas del pasado. Es una película que plantea preguntas sobre la responsabilidad, el perdón y la búsqueda de la felicidad, sin ofrecer respuestas definitivas. La película se centra en el proceso de reconstrucción, en la lucha por recuperar el tiempo perdido y en la importancia de valorar la vida presente.

Nota: 8/10