Mi vida como un perro (1985)

“Mi vida como un perro” (Livet som en hund, en su título original) no es una película fácil de ver, ni tampoco una que se olvide con facilidad. Lanzada en 1987, esta obra maestra sueca se erige como un testimonio crudo, visceral y absolutamente conmovedor sobre el abandono, la enfermedad y la soledad en la infancia. Más que una simple historia de drama familiar, es un retrato de la lucha por la supervivencia, la búsqueda desesperada de afecto y la lenta erosión de la inocencia.

La dirección de Daniel Bergman es magistral en su simplicidad. Evita el sentimentalismo barato, optando por una estética austera y realista. Las imágenes son desoladoras pero no gratuitas; cada plano, cada encuadre contribuye a la sensación de aislamiento y desamparo que impregna la película. Bergman sabe, con una delicadeza inquietante, capturar la angustia silenciosa de Michael, el protagonista, y transmitirla a la audiencia sin recurrir a explicaciones excesivas. El uso de la cámara a menudo se limita a seguir al niño, generando una intimidad perturbadora y un fuerte sentido de compromiso emocional. La cinematografía, con sus tonalidades grises y la luz natural implacable, refleja la palidez y la desesperación del niño.

La actuación de Björn Wigren como Michael es, sencillamente, reveladora. No se trata de una interpretación grandilocuente o excesivamente emotiva, sino de una transmisión sutil y poderosa de la vulnerabilidad y el dolor. Wigren logra crear un personaje complejo y profundamente humano, a quien se siente inexplicablemente cercano. La actuación es genuina, sin artificios, mostrando la confusión, el miedo y la ira de un niño que ha sido abandonado por el padre y sumido en un mundo de silencio y soledad. El resto del reparto secundario aporta su peso con una naturalidad impecable, contribuyendo a la verosimilitud del universo en el que Michael se encuentra.

El guion, adaptado de la autobiografía de Michael Nilson, es el corazón palpitante de la película. La historia, contada con una economía de medios impresionante, se centra en el viaje de Michael desde el abandono en la ciudad hasta su llegada a un pequeño pueblo rural. El ritmo es deliberado, permitiendo que la soledad y el desamparo del niño se acumulen progresivamente. La película no ofrece respuestas fáciles; en cambio, plantea preguntas difíciles sobre la responsabilidad familiar, el impacto del trauma y la capacidad del ser humano para superar la adversidad. Es una narración honesta y sin adornos, que evita juzgar y en cambio se centra en la experiencia del niño. La película es, en esencia, una exploración del duelo y la búsqueda de identidad en circunstancias extremas.

“Mi vida como un perro” no es entretenimiento ligero, sino una experiencia cinematográfica profundamente impactante. Es una película que te persigue mucho después de que terminen los créditos, invitándote a reflexionar sobre la fragilidad de la infancia y la importancia del amor y la conexión humana. Es una obra que merece ser vista y recordada por su valentía, su honestidad y su belleza austera.

Nota: 9/10