Mi vida es mi vida (1970)

“Mi vida es mi vida” es una película que, paradójicamente, nos obliga a cuestionar la definición misma de la vida. Dirigida por Robert Dupea, la cinta no busca glorificar el genio o el éxito, sino explorar la frustración, el desarraigo y el anhelo de conexión que puede surgir incluso en el contexto más aparentemente privilegiado. La película, con un ritmo deliberadamente pausado, se sumerge en la rutina monótona de Robert, un ex niño prodigio de piano que ha encontrado un empleo humilde en una empresa petrolera, lejos de las salas de concierto que alguna vez llenó. Su encuentro con su hermana, Victoria, ahora una pianista reconocida, desencadena un proceso interno que lo lleva a reflexionar sobre sus elecciones y sobre lo que realmente importa.

La dirección de Dupea es, sin duda, el elemento más destacable de la película. Evita los clichés de la narrativa autobiográfica, optando por un realismo visual y emocional que se siente genuino. La fotografía, sobria pero evocadora, captura la belleza austera del paisaje petrolero y la melancolía de los personajes. La dirección de montaje es magistral, empleando largos planos secuencia que permiten al espectador sumergirse en la atmósfera y experimentar la sensación de estancamiento y desorientación que vive Robert. No hay artificios ni sobresaltos, simplemente un flujo constante de imágenes que transmiten la sensación de un hombre atrapado en su propio recuerdo.

Las actuaciones son sólidas y, en el caso de Robert Dupea, excepcionales. Él mismo, que también escribe el guion, ofrece una interpretación íntima y conmovedora de su personaje. Su mirada transmite una mezcla de tristeza, arrepentimiento y una búsqueda desesperada de sentido. Además, su hermana Victoria, interpretada por Alba Rueda, aporta una elegancia y una fortaleza que contrastan con la vulnerabilidad de su hermano. La relación entre los dos personajes, marcada por el orgullo, la distancia y la nostalgia, es el núcleo emocional de la película y se desarrolla con una naturalidad sorprendente. La película también incluye actuaciones secundarias impecables, con personajes que, aunque breves, contribuyen a enriquecer la trama y aportar matices a la historia.

El guion, aunque a veces lento, es inteligente y profundo. Evita simplificaciones y ofrece una visión matizada de la vida de Robert. La película no se centra en la brillantez del piano, sino en las consecuencias de las decisiones que se toman y en el valor de las relaciones humanas. Se atreve a mostrar la fragilidad del talento, la inevitabilidad del fracaso y la importancia de aceptar los errores del pasado. Es una historia sobre la búsqueda de la autenticidad en un mundo que a menudo nos exige conformarnos con las expectativas ajenas. La película no busca dar respuestas fáciles, sino plantear preguntas incómodas sobre el significado de la felicidad y el propósito de la vida. Es una película que te deja pensando mucho después de que termina.

Nota: 7.5/10