“Miedo a la lluvia” no es una película que se disfruta fácilmente, ni mucho menos es un entretenimiento ligero. Es una inmersión profunda en la psique atormentada de una mujer, una experiencia cinematográfica que, si bien puede resultar perturbadora y desconcertante, logra, en última instancia, ser una de las películas más inquietantes y memorables de los últimos años. La película de Christian Petzold se centra en Agnes (Florence Pugh), una joven artista que lucha contra la esquizofrenia y que, bajo la influencia de su enfermedad, desarrolla una paranoia descontrolada en torno a su vecino, un hombre enigmático llamado August (Mads Mikkelsen). La sensación de peligro inminente, de que algo terrible está a punto de suceder, se construye lentamente, como una niebla densa que envuelve la trama y corroe la tranquilidad del espectador.
Petzold, como siempre, demuestra una maestría innegable en la dirección. Utiliza la fotografía de Andrew Hunting, con sus tonos grises y apagados, para reforzar la atmósfera opresiva y la sensación de aislamiento. Las escenas exteriores, con la lluvia omnipresente, no son simplemente un elemento decorativo, sino una representación visual de la confusión y el caos interno de Agnes. La película emplea un uso cuidadoso del sonido, con el crepitar de la lluvia, el zumbido de las máquinas y la música inquietante, para intensificar la tensión y el impacto emocional. La película evoca la atmósfera melancólica y melancólica de la Europa Oriental, reflejando la sensación de soledad y desconexión que experimenta la protagonista.
La actuación de Florence Pugh es, sencillamente, excepcional. Demuestra una vulnerabilidad asombrosa al interpretar a una mujer al borde de la cordura. Su Agnes es una criatura compleja, llena de contradicciones y de momentos de lucidez intercalados con ataques de paranoia. Pugh logra transmitir con precisión la fragilidad emocional de la protagonista, sin caer en la caricatura o en la exageración. Mads Mikkelsen también ofrece una interpretación sólida como August, un hombre misterioso y enigmático que parece conocer algo que Agnes no. Su presencia es inquietante y su comportamiento ambiguo genera una sensación constante de sospecha.
El guion, coescrito por Petzold y Harland Kruger, es deliberadamente ambiguo y abierto a la interpretación. No ofrece respuestas fáciles y deja al espectador con más preguntas que respuestas. La relación entre Agnes y Caleb (Otto Harding), un joven que no parece existir en realidad (o al menos, su existencia es cuestionada constantemente), es el núcleo de la incertidumbre. Es una conexión extraña, casi simbólica, que podría representar la esperanza de una conexión humana en medio del caos. La película explora temas como la soledad, el trauma, la percepción de la realidad y el poder destructivo del miedo. No se centra en dar soluciones, sino en capturar la experiencia subjetiva de un personaje que lucha por aferrarse a la cordura. El final, en particular, es un golpe de efecto que obliga al espectador a reflexionar sobre el significado de toda la historia.
Nota: 8.5/10