Miedo y asco en Las Vegas (1998)

“Miedo y asco en Las Vegas” (Fear and Loathing in Las Vegas) es, en esencia, un delirio cinematográfico. Terry Gilliam, en su incursión en el mundo del periodismo y la crónica, entrega una experiencia visual y narrativa que desafía a lo convencional, pero que, paradójicamente, resulta ser profundamente absorbente. Más que una película, es un estado mental, una imitación de un viaje alucinógeno que atrapa al espectador en un torbellino de colores, luces y situaciones absurdas.

La dirección de Gilliam es, sin duda, el corazón palpitante de la película. No se limita a contar una historia, sino que crea un universo propio, una vibrante y caótica representación de la América de los años 70. La filmación, con sus colores saturados, ángulos inusuales y composiciones frenéticas, evoca la sensación de estar sumergido en un sueño febril. Gilliam domina el lenguaje visual a la perfección, utilizando la cámara como una extensión del delirio de sus personajes. Cada plano, cada encuadre, contribuye a construir una atmósfera de paranoia y dislocación.

Las actuaciones son excepcionales. Johnny Depp, en su debut, asume el papel de Raoul Duke con una intensidad y un carisma excepcionales. Su interpretación es magistral, capturando la excentricidad, la impulsividad y la vulnerabilidad del personaje. Benicio del Toro, como el doctor Gonzo, ofrece una actuación igualmente memorable, transmitiendo la calma surrealista de un hombre que parece inmune a las convenciones sociales. La química entre ambos actores es palpable, creando una dinámica fascinante y a menudo hilarante.

El guion, adaptado de la novela homónima de Hunter S. Thompson, es una obra maestra de la escritura del siglo XX. Thompson, a través de Raoul Duke, nos sumerge en un mundo de drogas, alcohol, política corrupta y la pérdida de los ideales. La prosa es visceral, cruda y tremendamente personal. La película, aunque adaptada, conserva la esencia de la novela, transmitiendo el tono satírico, la crítica social y la sensación de desorientación que la caracterizan. Sin embargo, Gilliam evita la literalidad, optando por una interpretación más visual y metafórica, lo que a veces puede resultar confuso para el espectador menos familiarizado con la obra original.

A pesar de su complejidad y su estilo vanguardista, “Miedo y asco en Las Vegas” es una película que perdura en la memoria. No es una experiencia fácil, pero sí es una experiencia transformadora. La película invita a reflexionar sobre la sociedad, el consumismo, la búsqueda de la identidad y la naturaleza de la realidad. Es una película que, como la novela, te deja con más preguntas que respuestas, y que te obliga a cuestionar lo que ves, lo que sientes y lo que crees saber.

Nota: 8/10