Miguel Ángel (El pecado) (2019)

“Miguel Ángel (El pecado)” es una película que no solo narra la vida de un artista, sino que construye un estudio psicológico profundo y, a mi juicio, perturbador. La película, dirigida con maestría por Jocelyn Moorhead, se sumerge en el mundo visceral y atormentado de Miguel Ángel Buonarroti en la Florencia del siglo XVI, una época de efervescencia artística y profunda crisis moral. Moorhead evita la glorificación romántica, optando por una representación cruda y a veces brutal de la genialidad y la autodestrucción del artista.

El guion, adaptado de la novela homónima de Irving Stone, no se centra tanto en los logros monumentales de Miguel Ángel – aunque la Capilla Sixtina, con su inmenso trabajo, se presenta de forma sutil y evocadora – como en su lucha interna, su obsesión y su profunda insatisfacción con su propio arte. La película explora la ambivalencia del genio, la dificultad de encontrar la perfección y el precio que se paga por la búsqueda incesante de la excelencia. La historia se centra en su obsesión por la tumba que le encomienda el Papa Julio II, una obsesión que lo consume por completo y lo lleva a la locura. No es una película de acción, sino un drama introspectivo que se presta a la reflexión sobre la naturaleza humana y el poder corruptor de la ambición.

El actor Adam Driver ofrece una interpretación absolutamente magistral como Miguel Ángel. Su actuación es visceral y convincente, capturando la intensidad emocional del personaje con una precisión asombrosa. Driver no solo recrea la apariencia física del artista, sino que también transmite su tormento interno, su frustración, su deseo de ser reconocido y su constante lucha contra sus propios demonios. Su mirada, sus movimientos, su voz – cada detalle está cuidadosamente trabajado para revelar la complejidad del personaje. El resto del elenco, incluyendo a Ciaran Hinds como el Papa Julio II, también cumplen con creces sus roles, contribuyendo a la atmósfera opresiva y claustrofóbica que envuelve la película.

Visualmente, “Miguel Ángel (El pecado)” es un triunfo. La fotografía de James Friend es oscura, sombría y rica en detalles, creando una atmósfera de opresión y desesperación. Los colores son apagados, salvo en las breves explosiones de color que se producen cuando Miguel Ángel contempla sus obras de arte. La dirección de arte es impecable, recreando con fidelidad la Florencia del siglo XVI, con sus calles empedradas, sus talleres de escultores y sus palacios opulentos. La película se beneficia enormemente de la ausencia de música orquestal tradicional; el silencio, interrumpido solo por sonidos ambientales y respiraciones, acentúa la sensación de aislamiento y vulnerabilidad del protagonista.

En definitiva, “Miguel Ángel (El pecado)” es una película que desafía al espectador, que lo obliga a confrontar la oscuridad que se esconde detrás del brillo del genio. No es un melodrama fácil, pero sí una experiencia cinematográfica poderosa e inolvidable. Es una obra que merece ser vista y analizada, un retrato honesto y a veces brutal de la vida de un hombre que, en su búsqueda de la perfección, se consumió a sí mismo.

Nota: 8/10