Mil maneras de morder el polvo (2014)

“Mil maneras de morder el polvo” (originalmente “Million Dollar Cowboy Poet”) no es una película que busque la grandilocuencia o el espectáculo. Es, en cambio, una pequeña joya del cine independiente, un drama rural con una sensibilidad particular que recuerda a los trabajos de Terrence Malick o el cine de Kelly Reichardt, aunque con un toque más cómico y un énfasis en la diálogos. La película, dirigida con cuidado por Robert Altman, se centra en la vida de Albert, un granjero de Texas que ha perdido la audacia en la vida, tanto que se rehúsa a enfrentarse a cualquiera, incluso a un duelista. Su vida monótona y deslumbrante se ve sacudida por la llegada de una hermosa poeta, Jo, quien tiene una melancólica historia personal y un marido buscándome la venganza. Altman consigue tejer una narrativa en torno al silencio, a la observación y al valor de la palabra, creando una atmósfera rica y particular.

La película se beneficia enormemente de las actuaciones de sus protagonistas, especialmente de Tim Allen, quien interpreta a Albert. Allen logra transmitir de manera convincente la torpeza y el vacío emocional del personaje. Su Albert es un hombre que ha internalizado la cobardía y, en lugar de luchar contra ella, la ha enterrado bajo una fachada de amabilidad. Sin embargo, la llegada de Jo despierta algo en él, no solo un sentimiento romántico, sino un anhelo de redención. Anne Bancroft, como Jo, ofrece una actuación sutil pero poderosa. Su personaje está marcado por la tristeza y el dolor, pero también por una vitalidad que contrasta con la aparente inmovilidad de Albert. La química entre Allen y Bancroft es palpable, lo que enriquece la narrativa y aporta un elemento emocional central a la historia.

El guion, escrito por Robert Altman y Edmund White, es donde la película realmente brilla. Si bien la premisa puede parecer sencilla, la forma en que se desarrolla la historia es lo que la hace especial. La película evita la grandilocuencia y se centra en los pequeños detalles, los momentos cotidianos y las conversaciones aparentemente triviales. La diálogos son particularmente memorables, a menudo intercalando observaciones reflexivas sobre la vida, el amor y la pérdida. La película no explica mucho, ni explica demasiado. Se deja que la historia se revele gradualmente, y permite al espectador interpretar los motivos de los personajes y las implicaciones de sus acciones. La forma en que se utilizan las canciones, integradas a la banda sonora, no son meros adornos, sino que refuerzan la atmósfera y los estados emocionales de los personajes.

“Mil maneras de morder el polvo” no es una película para todos. Requiere paciencia y una cierta disposición a sumergirse en su ritmo lento y contemplativo. Sin embargo, para aquellos que disfruten de este tipo de cine, que prioriza la atmósfera, la observación y la introspección, la película ofrece una experiencia gratificante y memorable. Es una historia sobre la valentía, el amor y la búsqueda de significado en un mundo lleno de rutina y decepción. No es un espectáculo, es un viaje emocional a un rincón poco explorado del cine americano.

Nota: 7/10