“Minari - Historia de mi familia” es, en su esencia, una película de la inmensidad del hogar y la fragilidad de los sueños. Lee Isaac Chung nos presenta una historia profundamente humana y realista sobre la familia Cho, un clan surcoreano que se muda a Arkansas en la década de 1980 con la esperanza de labrarse una vida como granjeros. No es una película grandilocuente, ni llena de efectos especiales, sino una meditación sobre la perseverancia, el sacrificio y la necesidad incondicional de los padres. Lo que hace a ‘Minari’ tan impactante es su sencillez y la honestidad brutal con la que retrata las dificultades de la inmigración, la lucha por adaptarse a un nuevo país y el peso de las expectativas familiares.
La dirección de Chung es delicada y observadora. Nunca intenta sermonear o romanticizar la experiencia de los inmigrantes. En cambio, nos presenta el mundo de la familia Cho de manera natural, con una cámara que se queda a menudo en los silencios, capturando las miradas, los gestos y los momentos de conexión que definen su dinámica. Hay una belleza sutil en la fotografía, que resalta la aspereza del paisaje de Arkansas y contrasta con el intento de crear un oasis verde en medio de él. La música, por su parte, es discreta pero efectiva, sirviendo para acentuar las emociones y la atmósfera de la película.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Steven Yeun ofrece una interpretación magistral como Jacob Cho, un hombre que lucha con sus sueños y con la presión de mantener a su familia. Su paciencia, su determinación y su amor por su esposa, Monica (Yeun, en un papel sorprendente), son palpables. Úrsula Owusu-Bynum, como Monica, logra transmitir la complejidad de una mujer que anhela una vida más fácil y segura, pero que también se siente profundamente conectada con su familia. Y el pequeño David (Alan Kim) es absolutamente entrañable, un niño que enfrenta su enfermedad con una valentía admirable.
Lo que realmente eleva a 'Minari' por encima de la simple comedia familiar es el guion. No es solo un relato sobre la dificultad de la vida, sino una profunda exploración de la relación entre padres e hijos, la importancia de la tradición y el poder del amor. Las conversaciones entre los personajes son reales y conmovedoras, y los momentos de tensión y conflicto se sienten crudos y auténticos. La película se centra en los pequeños detalles, en las pequeñas cosas que importan, y en cómo esas pequeñas cosas pueden moldear la vida de una familia. La representación de la cultura coreana, aunque no excesivamente florida, es respetuosa y se integra perfectamente en la narrativa. La película se atreve a mostrarse vulnerable, explorando la fragilidad de los sueños y el dolor de la pérdida, sin buscar soluciones fáciles ni finales felices prefabricados.
Nota: 8.5/10