“Misterios de Egipto” (1999) es una película que, a pesar de haber envejecido considerablemente, sigue siendo un espectáculo visual innegable y un ejemplo paradigmático de cómo se puede utilizar el cine para despertar la fascinación por una civilización compleja y enigmática. Basado en las investigaciones de Jean-Pierre Dubois sobre las tumbas robadas en Saqqara, el filme se centra en la búsqueda de un artefacto perdido, la Piedra de Anúbis, que, según la leyenda, otorga la inmortalidad. La trama, a primera vista, sencilla, sirve como excusa para adentrarnos en un viaje a través del antiguo Egipto, un mundo rebosante de rituales, dioses y, por supuesto, magníficas construcciones.
La dirección de Frank Darabont, conocido por su maestría en obras como “The Shawshank Redemption”, se manifiesta en la meticulosa recreación de la época. Darabont no se limita a decorar escenarios; construye un universo sensorial que te transporta al Egipto faraónico. La fotografía de Caleb Desnoyers es sublime; cada plano está cuidadosamente compuesto, resaltando la riqueza de los colores, la opulencia de los palacios y la belleza de las pirámides. La banda sonora de Lisa Gerrard y Hans Zimmer, aunque a veces un tanto omnipresente, complementa perfectamente la atmósfera de misterio y grandiosidad. Sin embargo, el film a menudo cae en la sobreexposición de elementos visuales, recurriendo a la grandilocuencia en exceso, perdiendo por momentos la sutileza que podría haber enriquecido la experiencia.
Las actuaciones son sólidas, pero no particularmente memorables. Val Kilmer, como Rick O’Connell, se muestra carismático y entretenido, pero su interpretación carece de la profundidad que podría haberle dado mayor resonancia. Gene Hackman, como el veterano egiptólogo Hamunotep, aporta un peso y una dignidad al personaje, ofreciendo momentos de sutil dramatismo. Michael Douglas, interpretando al ambicioso egiptólogo Ian Chesterton, es convincente en su ardor científico y su ambición desmedida. La relación entre O’Connell y Chesterton, aunque destinada a ser el núcleo del conflicto, se siente a veces forzada y carente de la química que haría que su interacción fuera más atractiva.
El guion, escrito por Darrell McKnight y Jeff Best, es quizás el aspecto más débil de la película. Si bien la trama es entretenida, se basa en clichés de aventuras arqueológicas y presenta algunos diálogos poco naturales. La resolución, aunque satisfactoria para el espectador, se siente apresurada y algo conveniente. El guion, aunque utiliza el misterio como motor, no profundiza en las creencias y la cosmovisión de los antiguos egipcios, limitándose a presentarlos como un telón de fondo para la aventura. Lo más notable es la falta de un enfoque crítico que cuestione la propia idea de la inmortalidad, dejando abierta la posibilidad de una reflexión más amplia sobre la muerte y la trascendencia.
A pesar de sus defectos, “Misterios de Egipto” es una película que merece la pena ver por su impacto visual y por el despertar del interés en una civilización fascinante. Es un espectáculo cinematográfico que puede ser especialmente apreciado por aquellos que no estén familiarizados con la historia del antiguo Egipto. No es una obra maestra, pero sí un entretenimiento sólido y un digno homenaje a la grandeza de un imperio perdido en el tiempo.
Nota: 6/10