“Misunderstood” no es una película que despierte pasiones o provoque debates trascendentales, pero sí logra, a través de una dirección sutil y actuaciones convincentes, evocar un sentimiento de melancolía persistente y la desolación inherente a la pérdida. El remake del clásico italiano “Incompreso”, dirigido por Roberto Roca, nos presenta la historia de Daniel (Daniel Brühl), un hombre devastado por la muerte de su esposa y que, en un intento desesperado por sobrellevar el dolor, se dedica de lleno a su trabajo como arquitecto y al cuidado de su hijo pequeño, Samuel (Timothée Chalamet). El hijo mayor, Thomas (Paul Mescal), se convierte en el foco de su desatención, una mirada cargada de incomunicación y, en última instancia, de rechazo.
La dirección de Roca es, quizás, el punto fuerte de la película. No recurre a la emotividad gratuita, sino que se centra en la transmisión de la atmósfera de soledad y desconexión. Los planos largos, la fotografía en tonos grises y la música minimalista contribuyen a un ambiente de quietud opresiva que refleja el estado emocional de Daniel. Roca consigue que el espectador sienta la incomodidad, la incomunicación palpable entre padre e hijo. No hay explicaciones grandilocuentes, ni diálogos simplistas; se permite que la historia se desarrolle a través de gestos, miradas y silencios. La narrativa se construye gradualmente, mostrando la erosión del vínculo familiar y la transformación del personaje de Daniel. Lo que sí funciona es la lentitud, una deliberada decisión que obliga al espectador a involucrarse profundamente en el sufrimiento de los personajes.
Las actuaciones son excepcionales. Daniel Brühl ofrece una interpretación contenida y magistralmente controlada. Logra transmitir la complejidad de un hombre que se niega a confrontar su dolor, refugiándose en el trabajo y en el cuidado de su hijo menor. La vulnerabilidad implícita en sus ojos es devastadora. Timothée Chalamet, por su parte, entrega una actuación igualmente poderosa, capturando la frustración, el desengaño y la necesidad de afecto de un adolescente que siente que no es comprendido. Paul Mescal, en el papel de Thomas, es el catalizador de la historia. Su actuación es un ejercicio de sutileza, transmitiendo el dolor latente y la búsqueda de conexión que lo consumen. La química entre los tres actores es notable, creando un triángulo emocional complejo y conmovedor.
El guion, adaptado del original, no reinventa la rueda, pero sí se adhiere fielmente al espíritu de la historia original. La película se centra en la psicología de los personajes, explorando las consecuencias de la pérdida en el ámbito familiar. Aunque el ritmo puede resultar pausado para algunos espectadores, es precisamente esta lentitud lo que permite que la historia se hable hasta sus profundidades. Se presenta un retrato honesto, sin idealizaciones, de un hombre que, en su intento por superar el duelo, termina alejándose de quienes más necesita. Es una película que no busca la catarsis fácil, sino que invita a la reflexión sobre el impacto del dolor y la importancia de la comunicación familiar.
Nota: 7/10