Monique (2002)

“Monique” es, en su esencia, un experimento cinematográfico que obliga al espectador a repensar sus propias preconcepciones sobre la felicidad y la soledad. Albert Dupontel ofrece una actuación que constituye el corazón de la película, transformándose en Alex, un hombre que se encuentra sumido en una profunda apatía existencial. No se trata de un personaje fácil de amar o de entender al principio; es un hombre que ha renunciado a la vida, a su esposa e incluso a sus propios sentimientos. Dupontel consigue, sin embargo, transmitir la desesperación y la vulnerabilidad de Alex con una sutileza que resulta conmovedora y, en última instancia, profundamente humana. Su interpretación es una de las más sólidas que he visto en la taquilla este año.

La introducción de Monique, interpretada con una naturalidad y una intensidad magnética por Marianne Denicourt, es el catalizador de todo el drama. No es simplemente una muñeca gigantesca; es un símbolo de la necesidad de conexión, de la búsqueda de algo que llene el vacío. La relación entre Alex y Monique se construye con una delicadeza que evita caer en la caricatura o la ridiculez. Denicourt aporta una profundidad al personaje, mostrando la inteligencia, la sensibilidad y la curiosidad de Monique, lo que le da una credibilidad sorprendente. La química entre Dupontel y Denicourt es palpable y es un componente esencial del éxito de la película.

El guion de Cédric Jimenez, a pesar de su premisa inicialmente absurda, demuestra una gran inteligencia y capacidad de sorprendimiento. La película no se toma la seriedad que uno podría esperar de una comedia dramática que aborda temas como la depresión y el abandono. En lugar de eso, utiliza el humor para desmantelar las expectativas del espectador y para forzar una reflexión sobre la normalización del rechazo y la búsqueda de la felicidad en un mundo cada vez más superficial. Las situaciones que surgen, a menudo de forma inesperada, son hilarantes y, a la vez, inquietantes, planteando preguntas sobre la aceptación social y la definición de la felicidad.

La dirección de Cédric Jimenez es precisa y controlada, equilibrando con maestría los momentos de humor y los momentos de drama. No rehúye la oscuridad de la depresión de Alex, pero tampoco se limita a mostrarla como un mero descenso a la desesperación. La película explora las capas de complejidad de la condición humana, mostrando cómo el rechazo puede ser un motor de cambio, y cómo la búsqueda de la conexión puede ser un camino arduo pero gratificante. Las actuaciones secundarias, especialmente la de Marina Tomé como la esposa de Alex, aportan mayor riqueza al relato, y la banda sonora complementa la atmósfera con elegancia y sensibilidad.

En definitiva, “Monique” es una película inteligente, original y provocadora que desafía las convenciones y ofrece una visión honesta y conmovedora de la condición humana. No es una película fácil de ver, pero es una experiencia cinematográfica que vale la pena, y que permanecerá en la memoria del espectador mucho tiempo después de que termine la proyección.

Nota: 8/10