Moscow Zero (2006)

“Moscow Zero” no es una película que te abra paso a la velocidad de la luz, ni tampoco una epopeya de acción frenética. Es, en cambio, una contemplación lenta y claustrofóbica de los límites de la realidad, la fragilidad de la amistad y la oscura fascinación que puede provocar la leyenda urbana. La película de Andrey Zvyagintsev, aclamada en festivales internacionales y que ha reavivado el interés en el cine ruso contemporáneo, se instala en un ambiente de opresión y desconfianza, utilizando el subsuelo de Moscú como metáfora de una mente atormentada y una sociedad en descomposición.

La dirección de Zvyagintsev es precisa y meticulosa. Evita los clichés del thriller, priorizando la atmósfera y el ritmo deliberado. La cinematografía de Jerzy Matuszkiewicz es fundamental para la experiencia. Los primeros planos, la iluminación sombría y el uso recurrente del negro y blanco, intensifican la sensación de claustrofobia y desorientación. No se trata de un escenario visualmente espectacular, sino de un espacio visceral que incomoda al espectador y le obliga a cuestionar lo que ve. Zvyagintsev sabe jugar con el espacio, generando una tensión constante que se basa en la percepción y la certeza, y no en el susto barato.

Las actuaciones son excepcionales. Anatoliy Berylivsky como Sergei Spassky transmite a la perfección la mezcla de curiosidad intelectual y vulnerabilidad emocional de un hombre que se adentra demasiado en lo desconocido. Su personaje evoluciona de ser un observador objetivo a alguien consumido por el miedo y la obsesión. Jonny Borzon, en el papel de Owen, ofrece una interpretación sólida, reflejando la desesperación y la incredulidad de un amigo que lucha por encontrar a su amigo. Las interpretaciones secundarias, aunque no siempre destacadas, son convincentes y contribuyen a la sensación de autenticidad del ambiente.

El guion, adaptado de la novela de Joshua Brown, es ambivalente y deliberadamente frustrante. Zvyagintsev evita ofrecer respuestas fáciles o conclusiones definitivas. La trama se centra en la búsqueda de Owen, pero, a medida que la película avanza, se revela que la verdadera cuestión es la naturaleza de la verdad y la relación entre la realidad y la percepción. La película plantea interrogantes sobre la memoria, la responsabilidad y las consecuencias de nuestras acciones. Es una pieza que invita a la reflexión, pero también a la frustración, ya que se niega a entregar soluciones simples. La ambigüedad es intencional y, en última instancia, es lo que hace que la película sea tan memorable. Es una película que te quedará dando vueltas en la mente mucho tiempo después de haberla visto.

Nota: 8/10