“Motín” (In Riot, en su título original) es una película sorprendentemente visceral y, a su vez, profundamente humana. Dirigida con una frialdad calculada por Ben Lewin, se aleja deliberadamente de los clichés del género, ofreciendo una visión realista y, para muchos, impactante de la violencia y la desesperación que pueden surgir en las entrañas de un sistema penitenciario. Lewin no busca el espectáculo o la espectacularización de la acción; en cambio, se centra en la psicología de los personajes, en la lenta erosión de la moral y en las complejas dinámicas de poder que surgen durante el caos.
La película se centra en Cully Briston, interpretado magistralmente por Michael Fassbender. Su personaje, un hombre con un pasado traumático y un profundo sentido de la responsabilidad, es la brújula moral de la película. Fassbender ofrece una actuación creíble y sutil, transmitiendo la angustia y la duda de un hombre que se ve forzado a tomar decisiones extremas. El resto del reparto, incluyendo a Boyd Holbrook como Red Fletcher, aporta profundidad a un grupo de criminales que, pese a su pasado, muestran momentos de vulnerabilidad y humanidad. La dirección de actores es notable, con diálogos que se sienten naturales y conversaciones que revelan verdades incómodas sobre la naturaleza de la violencia y la justicia.
El guion, adaptado de la novela de S. Craig Wilson, se beneficia de una estructura que evita la sobreexposición y se mantiene en un ritmo constante. La película no se dedica a explicitar por qué se produce el motín, sino que lo deja como una consecuencia inevitable de un sistema corrupto y la falta de esperanza. La película explora de forma sutil, pero efectiva, las causas de la rebelión: el abuso de poder, la discriminación racial y la brutalidad del sistema. No glorifica la violencia, sino que la muestra como un producto de la desesperación y la frustración. La atmósfera opresiva, creada a través de la fotografía y el diseño de producción, contribuye a generar una sensación palpable de claustrofobia y peligro.
La dirección de Lewin no busca ofrecer soluciones ni respuestas fáciles. La película se centra en el “cómo” más que en el “por qué”, mostrando el proceso de toma de decisiones y las consecuencias inmediatas de la acción. Es un trabajo considerablemente más lento y deliberado que muchas películas de acción, pero es precisamente esa lentitud lo que le confiere una fuerza y una autenticidad que pueden resultar perturbadoras. “Motín” no es una película fácil de ver, pero es una experiencia cinematográfica que te obliga a reflexionar sobre la naturaleza del poder, la justicia y la condición humana. La película, en definitiva, es un testimonio potente sobre el estado de ánimo de aquellos que se encuentran al margen de la sociedad, una mirada cruda y sin adornos a la realidad de la cárcel.
Nota: 8/10