“Movida de noche” (1989) no es una comedia que se recuerde por su brillantez cinematográfica, sino por un aura de extrañeza que la envuelve como una espesa niebla de Nueva York. La película, dirigida por Alan Metcalfe, se adhiere a una premisa peculiar: un hombre tímido y solitario se ve arrastrado a un negocio de prostitución en un depósito de cadáveres. El resultado es una experiencia cinematográfica que, si bien carece de pulido técnico, logra un cierto encanto por su descarada originalidad y, sobre todo, por las interpretaciones de sus actores principales.
Henry Winkler, en el papel de Chuch Lumley, aporta una presencia constante y un aire de incomodidad que resulta entrañable. Su personaje es el tipo de hombre que prefiere la compañía de los muertos a la de los vivos, y Winkler logra transmitir esa melancolía con una sutileza sorprendente. Michael Keaton, por su parte, es un torbellino de energía descontrolada, interpretando a Bill Blazejowski con una intensidad casi maníaca. Keaton se deleita en el caos que genera su personaje, entregando una actuación llena de matices y humor negro. La química entre los dos actores es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Shelley Long, como Belinda, ofrece un contrapunto femenino a la torpeza de sus compañeros, aportando una dosis de inteligencia y pragmatismo al negocio.
El guion, adaptado de la obra teatral de Neil Simon, no es la obra maestra del humor ácido. Los diálogos a veces son expositivos y un poco forzados, pero la historia avanza a buen ritmo gracias a la insistencia de la dirección y a la capacidad de los actores para sacar provecho a las situaciones absurdas. Metcalfe utiliza un estilo visual que se centra en el ambiente opresivo del depósito, con iluminación tenue y encuadres que reflejan la soledad y el desasosiego de los personajes. La película no intenta ser sofisticada ni reflexiva; se contenta con explorar las consecuencias imprevistas de las decisiones impulsivas, y con exponer, de forma un tanto caricaturesca, las motivaciones egoístas de sus protagonistas.
En definitiva, “Movida de noche” es una comedia peculiar que recompensa a los espectadores dispuestos a aceptar su falta de pretensiones. No es una película que te haga reír a carcajadas, pero sí que te invita a reflexionar sobre la banalidad de la ambición y la fragilidad de las relaciones humanas. Es un entretenimiento ligero y entretenido, que se beneficia enormemente de la calidad de sus intérpretes y de su peculiaridad. Una película olvidable, sí, pero también memorable por su particular peculiaridad.
Nota: 6/10