Muere, monstruo, muere (2019)

“Muere, monstruo, muere” es una película que te golpea al principio con una atmósfera opresiva y una sensación constante de inquietud, pero que, a medida que avanza, revela ser una pieza cinematográfica de suspense psicológico deliberadamente lenta y a veces frustrante. La película, dirigida por Pablo Luciendo, se instala en un paisaje andino desolado, casi hostil, que sirve para intensificar la sensación de aislamiento y desesperación que impregna la historia. Este entorno, con su luz implacable y sus montañas imponentes, no es solo un telón de fondo, sino un personaje en sí mismo, un reflejo del estado mental de sus protagonistas.

La historia, aparentemente sencilla, se complica enormemente por la ambigüedad que permea cada escena. La investigación de Cruz, inicialmente basada en la lógica y el testimonio, se ve abruptamente interrumpida por la aparición de un “monstruo” que atormenta a David, el esposo de Francisca y, simultáneamente, amante de Cruz. Esta disrupción del orden y la racionalidad es el núcleo central de la película y lo que la convierte en una experiencia tan perturbadora. La película no ofrece respuestas fáciles ni juicios claros; más bien, sugiere que la verdad es mucho más compleja y subjetiva de lo que parece a primera vista. La dirección de Luciendo es metódica y casi experimental, construyendo la tensión con largos planos que observan, casi sin sonido, a los personajes, creando un silencio cargado de significado.

Las actuaciones son sólidas, con un Gabriel Soto particularmente convincente como Cruz, un policía atormentado por su pasado y dividido entre su deber y sus emociones. Soto transmite una profunda vulnerabilidad, atrapado en un laberinto de sospechas y deseos. El personaje de David, interpretado por Juan Illán, es igualmente interesante, mostrando un deterioro progresivo ante la paranoia y el miedo. Sin embargo, la película podría haber beneficiado de un mayor desarrollo de los personajes secundarios, cuyas motivaciones permanecen parcialmente ocultas.

El guion, aunque inteligente, tiene un ritmo pausado que puede resultar tedioso para algunos espectadores. Algunas escenas se prolongan innecesariamente, lo que dificulta la inmersión. A pesar de esto, la construcción de la tensión es impecable, y la atmósfera opresiva es mantenida durante todo el metraje. La película juega con el espectador, obligándolo a cuestionar la realidad y a dudar de su propia percepción. La fotografía, con su paleta de colores terrosos y tonos apagados, contribuye significativamente a la creación de esta atmósfera inquietante. La banda sonora, minimalista y evocadora, refuerza la sensación de desconcierto y aislamiento. “Muere, monstruo, muere” no es una película para todos, pero aquellos que disfrutan del cine de suspense psicológico y la ambigüedad narrativa encontrarán una experiencia memorable y perturbadora.

Nota: 7/10