Muérete bonita (1999)

“Muérete bonita” es una joya inesperada que te aferra desde el inicio con una atmósfera inquietante y una narración que te invita a cuestionar la superficialidad de las apariencias. La película de Aja Heck no es un melodrama convencional sobre concursos de belleza; es mucho más que eso. Es una disección brutal del alma humana, envuelta en el peculiar marco de un pequeño pueblo americano y su obsesión por la perfección exterior. La historia se centra en las vidas de Alice, la heredera de un imperio de muebles, y June, la joven maquilladora de la funeraria, dos mujeres contrapuestas que se ven obligadas a competir por el título de “Joven Princesa Americana”.

La dirección de Heck es impecable. El uso de la cámara es sutil pero extremadamente efectivo, centrando la atención en los gestos, las miradas y las interacciones entre las personajes. La película no busca espectacularizar la belleza, sino que la deconstruye lentamente, mostrando las cicatrices emocionales y las heridas invisibles que se esconden bajo la máscara de la perfección. La fotografía, con una paleta de colores apagados y un uso magistral de la luz natural, contribuye a crear una atmósfera de melancolía y desasosiego. Hay una frialdad en la ejecución que es, a la vez, reconfortante y perturbadora. La película te absorbe; sientes la tensión que palpita en cada plano, la incomodidad que surge al observar la banalidad de ciertos rituales sociales.

Las actuaciones son excepcionales. Saoirse Ronan, como Alice, ofrece una interpretación compleja y multifacética. Logra transmitir la arrogancia, la vulnerabilidad y la angustia de una joven que se siente atrapada por las expectativas de su familia y la presión de su posición social. Es una Alice que, en el fondo, anhela algo más que el brillo de las posesiones y el aplauso de la multitud. Anna Boden interpreta a June con una delicadeza conmovedora. Su personaje es quizás el corazón de la película, una joven que busca consuelo en la muerte y que, a través de su trabajo, encuentra una forma de conectarse con el mundo de una manera profundamente humana. La química entre Ronan y Boden es fundamental para el éxito de la película, y su interpretación conjunta crea un diálogo silencioso pero poderoso.

El guion, escrito por Heck y la propia Ronan, se beneficia de una trama que, a primera vista, parece sencilla, pero que en realidad es un entramado complejo de dilemas morales y conflictos internos. La película no ofrece respuestas fáciles; en cambio, plantea preguntas incómodas sobre la identidad, el deseo y la naturaleza de la belleza. La construcción del mundo rural americano es realista y detallada, mostrando la rutina diaria de la comunidad y las tensiones latentes que subyacen a las apariencias. El ritmo es deliberado, permitiendo al espectador asimilar la profundidad de los personajes y las implicaciones de sus decisiones. La película juega con la dualidad entre vida y muerte, la ilusión y la realidad, la belleza y la fealdad. Es una obra que te hace reflexionar mucho después de que los créditos finales hayan empezado a rodar, y que te invita a cuestionar la definición de lo que realmente importa.

Nota: 8.5/10