Mujeres (1939)

“Mujeres” no es precisamente una explosión cinematográfica, pero sí una observación clínica y, con suerte, reveladora sobre las dinámicas sociales que, a menudo, nos aprisionan. La película, dirigida con una frialdad glacial por Anna Boden y Charlotte Wells, nos sumerge en la vida aparentemente banal de un grupo de amigas en un enclave suburbano, donde el tiempo parece detenerse en una perpetua sesión de compras y confidencias. La película no busca grandilocuencia, sino un retrato sutil y, en cierto modo, perturbador de la feminidad contemporánea, donde la envidia y el rumor se convierten en armas de seducción y destrucción.

La dirección de Wells es magistral en su lentitud. No hay prisa por contar una historia convencional; se permite que el tiempo se diluya, permitiendo al espectador absorber la atmósfera opresiva que envuelve a las protagonistas. La fotografía, con una paleta de colores pastel y un uso minimalista de la iluminación, contribuye a esta sensación de estar atrapado en una realidad artificial, casi como un sueño o una cápsula del tiempo. El resultado es una experiencia visualmente cautivadora, aunque que puede resultar, para algunos, un poco tediosa. Sin embargo, la lentitud es intencionada y, en última instancia, efectiva para transmitir la sensación de estancamiento y la búsqueda desesperada de validación que caracterizan a las mujeres retratadas.

Las actuaciones son, en su conjunto, excelentes. Daisy Edgar-Jones y Sadie Sink ofrecen interpretaciones creíbles y matizadas. La química entre ambas es palpable, capturando a la perfección la complejidad de sus relaciones, marcadas por la amistad, la rivalidad y la innegable atracción. Sin embargo, es Florence Pugh quien se lleva la palma. Su personaje, una mujer con un pasado doloroso y una visión del mundo ligeramente desilusionada, es el corazón de la película y Pugh aporta una intensidad y una vulnerabilidad excepcionales. Su mirada, a menudo llena de tristeza y nostalgia, es suficiente para comunicar un universo entero de emociones.

El guion, escrito por Wells y Emerald Fennell, es donde reside la mayor fortaleza de la película. Evita la melodrama barato y se centra en las pequeñas observaciones y los detalles significativos. La trama, que gira en torno al descubrimiento del adulterio, funciona como catalizador para explorar temas como el sexo, el amor, la autoestima y la presión social. No se ofrece una solución fácil ni un juicio moralizado. En cambio, la película plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza de las relaciones humanas y las expectativas que la sociedad impone a las mujeres. La película no te ofrece respuestas, solo te invita a reflexionar sobre las motivaciones y las consecuencias de las acciones de sus personajes.

En definitiva, “Mujeres” es una película que se queda con el espectador mucho después de que las luces se encienden. No es una película para todos los gustos, pero para aquellos que aprecien el cine contemplativo y las historias que desafían las convenciones, es una experiencia valiosa y memorable. Es un espejo que refleja, con precisión y delicadeza, la complejidad de la condición femenina.

Nota: 7/10