“Mujeres bajo la luna” es un melodrama doméstico que se cierne sobre el duelo, no con la fuerza de una tormenta, sino con la persistente humedad de una llovizna perpetua. La película, dirigida por Paul Schrader, se centra en la devastación personal de Rebecca Lott (Rebecca Ferguson), una mujer aparentemente ordinaria cuyo mundo se desmorona tras la repentina muerte de su marido, dejando a su alrededor un entramado de relaciones complejas y, a menudo, conflictivas. Schrader, conocido por su enfoque crudo y sus personajes moralmente ambiguos, logra construir una atmósfera de quietud inquietante que se adhiere al espectador como una segunda piel.
La película se centra en las reacciones de cuatro mujeres a este suceso: Sylvie, su mejor amiga, interpretada con una sutil fragilidad por Frances McDormand; Alberta, la madrastra, personificada con una severa frialdad por Michelle Pfeiffer; y Lucy, la hermana pequeña, un personaje de una vulnerabilidad conmovedora por Lily Flynn. Estas mujeres intentan, a su manera, ofrecer consuelo a Rebecca, pero las tensiones subyacentes en su relación y sus propios traumas personales la convierten en una tarea aparentemente imposible. No se trata de una película que nos regala momentos de ligereza; la atmósfera es densa, llena de miradas que no se dicen, comentarios velados y silencios que hablan más que palabras. Schrader no pretende idealizar el proceso de duelo. Al contrario, muestra un dolor que es a la vez crudo y mundano, marcado por la rutina, la frustración y la constante sensación de impotencia.
La actuación de Rebecca Ferguson es, sin duda, el corazón de la película. Ella transmite con una profunda honestidad la desorientación, la rabia y el miedo que experimenta Rebecca. Ferguson logra capturar la esencia de una mujer que se encuentra perdidamente sola, no solo por la pérdida de su marido, sino también por la incapacidad de conectar con las personas que, en teoría, deberían ofrecerle apoyo. El resto del elenco también cumple con creces, con McDormand ofreciendo una interpretación matizada y contenida, y Pfeiffer llevando el papel de la madrastra con una expresión de rechazo que revela el torbellino emocional que se esconde tras su fachada de compostura. La dirección de Schrader, a pesar del tono melancólico, es precisa, utilizando planos largos y una paleta de colores apagados para reforzar la sensación de aislamiento y desasosiego.
El guion, aunque lento en algunos momentos, es efectivo en la construcción de las dinámicas familiares y en la exploración de los motivos ocultos que impulsan a cada personaje. No hay soluciones fáciles ni finales felices; la película plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza del amor, la lealtad y el duelo, sin ofrecer respuestas definitivas. La historia, aunque basada en un evento trágico, se centra más en las consecuencias emocionales de la pérdida y en la forma en que el dolor puede transformar las relaciones. Aunque podría haberse beneficiado de una mayor ambigüedad moral en algunos de sus personajes secundarios, la película logra generar una experiencia cinematográfica poderosa e inquietante. Es una película que se queda contigo después de terminar de verla, invitándote a reflexionar sobre la complejidad de las emociones humanas y la fragilidad de la vida.
Nota: 7/10