“Mulholland Drive” de David Lynch es, sin duda, una de las películas más enigmáticas y fascinantes del cine contemporáneo. Más que una simple narración, es un torbellino de imágenes, sueños y recuerdos que se desmoronan y reconstruyen constantemente, dejando al espectador perdido en un laberinto de significado y emociones. No es una película para ver y comprender inmediatamente; es una experiencia que se absorbe lentamente, dejando su huella en la mente mucho tiempo después de haberla concluido.
La dirección de Lynch es magistral. Se aferra a la atmósfera, al detalle, a la sugestión. La fotografía de Bobby Elkin es absolutamente deslumbrante: la luz, las sombras, los colores vibrantes de Hollywood contrastan con la melancolía y el misterio que permea toda la película. Lynch no busca explicaciones fáciles; deja que la cámara explore los paisajes oníricos de la mente de los personajes, creando una sensación de irrealidad que es a la vez perturbadora y cautivadora. La banda sonora, composiciones originales de Angelo Badalamenti, es un elemento esencial, amplificando las emociones y contribuyendo a la atmósfera surrealista de la película.
Las actuaciones son, en su conjunto, sobresalientes. Laura Harring como Betty y Naomi Watts como Rita son excepcionales. Harring transmite una vulnerabilidad y una inquietud palpable, mientras que Watts ofrece una interpretación multifacética que oscila entre la fragilidad, la confusión y una intensa sed de conocimiento. La química entre ellas es innegable, creando una dinámica compleja y fascinante que se convierte en el eje central de la historia. Destaca la actuación de Justin Theroux como Wink, el personaje ambiguo y enigmático que sirve como un punto de conexión entre los mundos de Betty y Rita. Su actuación, llena de silencios y miradas sugerentes, añade una capa extra de complejidad a la trama.
El guion, sin duda, es el corazón de la película. La estructura narrativa fragmentada, con saltos temporales y la constante alternancia entre la realidad y el sueño, puede ser desconcertante al principio, pero una vez que se acepta su lógica interna, se revela como una obra maestra de la construcción de mundos. Lynch utiliza la historia como un espejo para explorar temas como la fama, la ambición, la identidad, la pérdida y la naturaleza ilusoria de los sueños. El simbolismo es omnipresente, desde el nombre Mulholland Drive, que representa la búsqueda de la fama y la ilusión del éxito, hasta el club de jazz y las figuras recurrentes como el hombre de la tele. La ambigüedad deliberada del guion invita a la reflexión y a la interpretación, generando múltiples lecturas y profundizando en la experiencia del espectador.
En definitiva, “Mulholland Drive” no es una película para todos los públicos. Requiere paciencia, atención y una mente abierta. Pero para aquellos que estén dispuestos a sumergirse en su mundo onírico, ofrece una experiencia cinematográfica inolvidable, que los dejará cuestionando la naturaleza de la realidad y el poder de los sueños. Es una película que se queda contigo, resonando en tu interior mucho tiempo después de haberla visto.
Nota: 9/10