National Theatre Live: Vanya (2024)

“National Theatre Live: Vanya” no es simplemente una transmisión en vivo; es una inmersión completa en la atmósfera melancólica de la obra de Chejov, un testimonio visual y auditivo de la complejidad emocional humana. La decisión de capturar esta producción del West End de Londres es, sin duda, acertada, ya que la intimidad del espacio escénico se traduce directamente en la cercanía que el espectador siente por los personajes. La película, en esencia, nos presenta a Vanya (interpretado magistralmente por Andrew Scott), un hombre al borde de la desesperación, que se resigna a vivir en una propiedad familiar deteriorada, incapaz de encontrar un propósito en su vida. Scott, con una actuación que evoca tanto la tristeza como la vulnerabilidad, no solo encarna a Vanya, sino que se convierte en él.

La dirección de Alex Rossell es sutil pero efectiva. Evita los artificios grandilocuentes, optando por un estilo que se apega fielmente al espíritu de la obra. La iluminación, cuidadosamente controlada, realza los momentos clave, creando una paleta de colores apagados que simboliza la decadencia y la pérdida. La composición de los planos, a menudo centrados en los rostros de los actores, fomenta la empatía y nos permite apreciar la profundidad de sus emociones. La puesta en escena, aunque austera, es inteligente; el set y el vestuario, aunque sencillos, transmiten la opulencia original de la propiedad y la situación económica de los personajes.

Sin embargo, la fuerza principal de “Vanya” reside en su guion. La adaptación de la obra de Chejov de John Van Tiernan es brillante, manteniendo el núcleo de la historia original al tiempo que adapta con maestría las conversaciones y los pensamientos de los personajes para el formato cinematográfico. La obra explora temas universales como la identidad, el sentido de la vida, el legado familiar y la nostalgia, pero lo hace con una sensibilidad que no cae en clichés. Las interacciones entre los personajes, especialmente la dinámica entre Vanya y su sobrino Semyon, están llenas de tensión y humor sutil, generando momentos de genuina emoción.

La fotografía, en general, es impecable. Se aprecia un gran cuidado en los detalles, la luz, las texturas y la exposición. La banda sonora, discreta pero evocadora, complementa la atmósfera de la película y refuerza la sensación de melancolía. A pesar de las limitaciones del formato en vivo, la producción logra transmitir la riqueza y la belleza de la obra original, invitando al espectador a reflexionar sobre las complejidades de la condición humana. Es una experiencia teatral que se siente personal, casi íntima, a pesar de estar viendo la película en la comodidad de tu hogar.

Nota: 8.5/10