Navajeros (1980)

“Navajeros” no es, sin duda, una joya cinematográfica. Más bien, es una película que se instala en la mente y la provoca, no por su brillantez narrativa, sino por la crudeza y la honestidad con la que retrata un fragmento marginal de la sociedad española. Dirigida por Pablo Nun, la cinta se adentra en el corazón de la delincuencia juvenil en Madrid, mostrando un universo plagado de violencia, adicción y una profunda soledad.

La película no busca glamurizar la vida de los “navajeros”, sino exponerla sin tapujos. La ambientación, oscura y desoladora, es casi palpable, con escenas nocturnas en callejones empedrados y habitaciones destartaladas que transmiten el peso de la desesperación. La dirección de fotografía, cuidada y con un uso efectivo del color, contribuye a crear una atmósfera densa y claustrofóbica que refleja el estado emocional de sus protagonistas. Nun demuestra un dominio de la composición y el encuadre, logrando que cada plano cuente una historia silenciosa.

La película se centra en José Manuel Gómez Perales, alias “El Jaro”, interpretado con una intensidad admirable por un Javier Godino que, a pesar de no ser un actor que domine la pantalla, ofrece una actuación natural y convincente. Godino no busca el heroísmo ni la carismática figura del criminal. Su Jaro es un hombre roto, perdido, que lucha por encontrar un lugar en un mundo que le ha rechazado. La química entre Godino y María Morales, que da vida a Mercedes, es otro punto fuerte de la película, aportando una profundidad emocional a la trama. Morales, con su mirada serena y su carácter fuerte, representa un contrapunto interesante al mundo implacable de Jaro.

El guion, coescrito por Nun y Diego Quiñones, es, en gran medida, sólido. Se permite un desarrollo pausado de los personajes, permitiendo al espectador conectar con sus motivaciones y comprender (aunque no necesariamente justificar) sus acciones. Sin embargo, en algunos momentos, el ritmo se ralentiza excesivamente, sacrificando el dinamismo a favor de un análisis más introspectivo, que, si bien es valioso, no siempre es lo más efectivo para mantener la atención del público. A pesar de ello, la película aborda temas importantes como la pobreza, la exclusión social, la adicción y el impacto de la violencia en las nuevas generaciones, invitando a la reflexión sobre las causas y consecuencias de estos problemas.

La película no ofrece soluciones ni espectáculos fáciles. En su lugar, se limita a mostrar la realidad, con sus luces y sus sombras, de aquellos que viven al margen de la ley y de la sociedad. Es una película incómoda, que nos obliga a confrontar nuestra propia mirada sobre la marginalidad, la necesidad de compasión y la ausencia de oportunidades. No es un thriller convencional, pero sí una experiencia cinematográfica que perdura mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.

Nota: 7/10