Niégalo siempre (2024)

“Niégalo siempre” no es un melodrama tradicional, pese a que su premisa inicial, un engaño descubierto tras una vida de matrimonio, podría haber desembocado en una historia sobre venganza y el dolor del pasado. En realidad, la película de Mathieu Kassovitz nos entrega una reflexión pausada y, a veces, desconcertante sobre la memoria, el honor, y la dificultad inherente a cerrar capítulos, incluso cuando el camino hacia el olvido parece estar totalmente cerrado.

La dirección de Kassovitz es, como siempre, precisa y elegante. No recurre a grandes artificios visuales, sino que se centra en la atmósfera, en la expresión facial de sus actores, en el ritmo lento pero constante que construye la tensión. El uso de la luz y la sombra, especialmente en las escenas que representan el recuerdo del pasado, es particularmente efectivo, creando una sensación de melancolía y misterio. Se percibe que Kassovitz busca más la experiencia del espectador que la satisfacción de un relato narrativo, dejándole espacio para la interpretación y el sentimiento.

La actuación de Denis Ménochet como François Marsault es, sin duda, el corazón de la película. Ménochet no ofrece un personaje fácil de amar o de comprender. François es un hombre rígido, aferrado a la tradición, a sus principios, incluso cuando éstos le resultan contraproducentes. Su personaje es a la vez vulnerable y enigmático; se siente en un punto de inflexión, pero no sabe cómo avanzar. El actor logra transmitir con maestría el peso de los años, la frustración, y una profunda tristeza. La interpretación de Émilie Deleuze como la viuda de François, una mujer silenciosa y observadora, complementa a la perfección al protagonista, aportando una extraña belleza y un aura de tragedia.

El guion, escrito por Kassovitz y Jean-Baptiste Colombo, es donde reside el mayor punto de interés y de posible crítica. Se evita la narración directa del pasado, mostrándolo a través de recuerdos fragmentados, conversaciones y, sobre todo, mediante la perspectiva subjetiva del protagonista. Esta estrategia, aunque efectiva para crear una atmósfera de incertidumbre y misterio, a veces se vuelve un poco artificiosa y puede resultar frustrante para el espectador que anhela una explicación más clara de los eventos que llevaron a la infidelidad. La película se concentra más en el *cómo* de la memoria que en el *qué*. Se juega con la ambigüedad, dejando al espectador con más preguntas que respuestas y sin ofrecer un cierre definitivo. La resolución, aunque evocadora, se siente más como una sugerencia que como un resultado concreto.

En definitiva, “Niégalo siempre” es una película que exige paciencia y una mente abierta. No es un entretenimiento ligero, pero sí es una experiencia cinematográfica interesante y provocadora. Es una meditación sobre el peso del pasado y la dificultad de perdonar, pero también sobre la complejidad del amor y la memoria. Una película que te quedará en la mente mucho tiempo después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.

Nota: 7/10