Nightcrawler (2014)

“Nightcrawler” (2014) de Dan Gilroy es mucho más que un simple thriller de crimen; es una disección psicológica inquietante de la ética, la ambición y la deshumanización en la era de la información instantánea. La película no glorifica la actividad periodística, sino que la presenta como un caldo de cultivo para la obsesión y la corrupción, especialmente cuando se combina con la sed de notoriedad. Gilroy consigue crear una atmósfera opresiva y claustrofóbica que se siente casi palpable, un reflejo de la paranoia constante que debe vivir el protagonista, Jake Gyllenhaal, como Louis Bloom, un recién llegado a Los Ángeles con la necesidad imperiosa de ser relevante.

La dirección de Gilroy es magistral. Usa la cámara de una forma innovadora y perturbadora, a menudo utilizando tomas prolongadas y movimientos de cámara abruptos que imitan la angustia y la urgencia de Bloom. La película no se apoya en efectos especiales llamativos, sino en la construcción de una tensión constante, lograda mediante la ambientación, la banda sonora y, sobre todo, el uso deliberado del silencio. Hay momentos, como la secuencia de las multihaberes, que son verdaderamente impactantes y se quedan grabadas en la memoria. La fotografía, con tonos sóftwares y una paleta de colores apagados, intensifica la sensación de desolación y deshumanización que impregna la película.

Gyllenhaal ofrece una actuación sobresaliente. Bloom es un personaje excepcionalmente complejo, un individuo aparentemente carente de empatía que, sin embargo, se revela como profundamente inestable y atormentado. Gyllenhaal consigue transmitir la ambición desmedida de Bloom y su creciente desconexión con la realidad, a la vez que insinuamos un pasado traumático que lo impulsa a actuar de la forma en que lo hace. Es una actuación intensa, silenciosa y extremadamente convincente. La química entre Gyllenhaal y una Sienna Miller, interpretando a la reportera Leila Montag, añade una capa extra de complejidad al drama. Su relación es un reflejo distorsionado de la búsqueda de validación mutua, donde ambos se pierden en el proceso.

El guion, adaptado de un guion de Albert Hughes y Karl Ruprecht, es implacable y desprovisto de sentimentalismo. Evita juzgar a Bloom, en lugar de eso, lo presenta como una víctima de sus propias obsesiones. La película explora la vulnerabilidad de la profesión periodística, mostrando cómo la necesidad de conseguir “la foto” puede llevar a los individuos a cruzar límites éticos y morales. La trama, aunque densa, fluye de forma natural, presentando situaciones aterradoras y dilemas morales que obligan al espectador a cuestionar la propia naturaleza de la verdad y la importancia del consentimiento. La película, además, toca temas relevantes sobre la vigilancia masiva, la manipulación de la información y el impacto de la imagen en la percepción pública. No es un entretenimiento ligero, pero sí una experiencia cinematográfica reflexiva y perturbadora.

Nota: 8.5/10