Nikita. Dura de matar (1990)

“Nikita. Dura de matar” (1990) es una película que, a pesar de su aspecto vintage y, para algunos, su estética un tanto datada, logra generar una tensión sostenida y explorar temas complejos con una honestidad que a menudo se escapan en thrillers de acción modernos. La película, dirigida por Russell Mulcahy, se aleja de las soluciones fáciles y los clichés habituales del género, optando por un retrato crudo y realista de la deshumanización a la que es susceptible el Estado y las instituciones. Mulcahy construye una atmósfera opresiva a través de la fotografía de Dean Bissett, donde los tonos grises y azules predominan, creando una sensación de melancolía y desolación que complementa perfectamente la historia.

Anne Heche, en un papel que la catapultó a la fama, da una actuación impactante como Nikita, una joven criminal inestable y traumatizada que se ve obligada a convertirse en un arma letal. Su interpretación es magistral en la representación de una mujer atrapada entre la desesperación y la necesidad de supervivencia. La película explora la lucha interna de Nikita, su pérdida de identidad y su lento proceso de adaptación a su nueva vida. La película no idealiza el trabajo de asesina; nos muestra las consecuencias psicológicas y emocionales del entrenamiento y la ejecución de misiones. El conflicto no reside en la acción explosiva, sino en la propia moralidad de la práctica y en el coste humano de la venganza institucionalizada.

El guion, escrito por Nick Perry y Robert Mark Silverberg, no es particularmente complejo en su estructura narrativa, pero sí posee una profundidad que va más allá de lo superficial. Se centra en la relación entre Nikita y su mentor, el agente Frank, interpretado con sutileza por Burt Reynolds. Esta relación, inicialmente basada en la fría eficiencia, evoluciona hacia algo que se acerca a un vínculo humano, aunque siempre permeado por la manipulación y la imposición de la ideología del gobierno. El guion se atreve a cuestionar la justificación de la operación, sugiriendo que se trata de una herramienta de control social disfrazada de "rehabilitación". Sin embargo, la película no ofrece soluciones fáciles ni una visión moralmente victoriosa; al contrario, termina con una sensación de ambigüedad que persiste incluso después de que las luces se apaguen.

La película, aunque pueda parecer lenta para los espectadores acostumbrados a la acción frenética, se beneficia enormemente de su ritmo pausado. Este enfoque permite desarrollar personajes complejos y explorar las motivaciones de cada uno de ellos. Además, la banda sonora, compuesta por Harry Simeone, amplifica la tensión y la atmósfera sombría de la historia. “Nikita. Dura de matar” no es un thriller convencional; es una película reflexiva que invita a la reflexión sobre el poder, la libertad y la naturaleza humana. Es un clásico del género, con un valor tanto estético como intelectual.

Nota: 7.5/10