No esperes demasiado del fin del mundo (2023)

“No esperes demasiado del fin del mundo” es una película que, paradójicamente, no busca los desastres grandilocuentes que su título sugiere, sino que se centra en la banalidad existencial de un día cualquiera, filtrada a través de la mirada de Angela, una ayudante de producción que se siente más observadora que protagonista. La película, dirigida con una maestría contenida por Robert Marian Bidjanar, es un ejercicio de estilo que se beneficia de una atmósfera opresiva y de una narrativa aparentemente desprovista de trama, pero que, en realidad, es un retrato sutil y perturbador de la soledad y la alienación.

La película se despliega como una serie de episodios conectados por la presencia de Angela y su tarea aparentemente mundana: grabar testimonios para un anuncio corporativo. Sin embargo, la repetición de estas tareas, el paso de Angela de ciudad en ciudad, y su incapacidad para conectar con las personas que entrevista, no son simplemente elementos de una narrativa lineal. Bidjanar utiliza el viaje de Angela como un vehículo para explorar la incomunicación y la sensación de estar atrapada en un ciclo sin sentido. La fotografía, en gran medida en blanco y negro con toques de color que intensifican la melancolía, es absolutamente impecable. Los planos largos, con una composición meticulosa y un ritmo pausado, reflejan la introspección y la sensación de vacío que perviven en la película. La música, casi ausente, se convierte en un elemento sutil que acentúa la atmósfera de desolación.

Las actuaciones son sobresalientes, especialmente la de Ana Mălușan en el papel de Angela. Mălușan transmite con una sutileza increíble la despersonalización de su personaje, su mirada vacía y su dificultad para expresar emociones. Su Angela no es una heroína ni una víctima, sino una observadora pasiva, un espejo de la deshumanización que se esconde tras la eficiencia y la productividad. Los actores que aparecen en los testimonios, interpretando a trabajadores o ejecutivos, también están magníficamente retratados, aportando características que revelan la frialdad y la falta de empatía que caracterizan la cultura corporativa. No se busca la exageración, sino una representación realista de la banalidad y la rutina.

El guion, aunque aparentemente sencillo, es en realidad el corazón de la película. Bidjanar no necesita diálogos floridos ni situaciones dramáticas para lograr su objetivo. La fuerza de la película reside en la acumulación de detalles, en la atmósfera opresiva y en la sensación de incomunicación que se extiende a lo largo del metraje. La historia no se cuenta; se siente. Se percibe a través de la mirada de Angela y se internaliza en el espectador. Se deja que el vacío del entorno, de las conversaciones y de la propia Angela, se filtre en la consciencia del público. Es un ejercicio de cine autorial que, a pesar de su aparente lentitud, consigue generar un impacto considerable. La película es un comentario implícito sobre la alienación, la falta de propósito y la superficialidad de la vida moderna, un mensaje que resuena particularmente en el contexto actual.

Nota: 7/10