“No mires” no es una película que se deja absorber fácilmente. Es una invitación a la introspección, un experimento psicológico filmado con una delicadeza sorprendente y que, a pesar de su premisa aparentemente sencilla, genera una atmósfera densa y perturbadora que se aferra a la mente del espectador. La película, dirigida con maestría por Michael O’Dea, se aleja del melodrama explícito, optando por un enfoque sutil pero efectivo para explorar la soledad, la identidad y el poder destructivo de los deseos reprimidos.
El guion, considerablemente inteligente, se basa en una premisa audaz: una adolescente, Holly, encasillada en una rutina de aislamiento y carencia afectiva, encuentra una inesperada compañera de conversación en su propio reflejo. La dualidad de esta relación no es inmediata ni clara; al principio se presenta como una forma de escape, una ilusión de conexión. No obstante, con el desarrollo de la trama, se revela una dinámica mucho más compleja y peligrosa, donde el “otro yo” no solo satisface las necesidades emocionales de Holly, sino que también amplifica sus deseos más oscuros y desinhibidos. La película evita las trampas del clímax espectacular, optando por un ritmo pausado que permite al espectador procesar gradualmente el horror que se está desplegando. Lo más destacado del guion reside en la ambigüedad moral: nunca se nos presenta una versión del "otro yo" completamente malvada, sino una proyección de las propias limitaciones y frustraciones de Holly.
El reparto, liderado por la joven y reveladora Sadie Sink, es, sin duda, uno de los pilares fundamentales del éxito de la película. Sink ofrece una interpretación absolutamente convincente, capturando con precisión la vulnerabilidad, la timidez y la creciente desorientación de Holly. Su mirada, a menudo perdida y llena de incertidumbre, transmite la angustia de una chica que se siente invisible y desamparada. La química que se establece entre ella y el reflejo, tanto visual como emocional, es innegablemente poderosa. El resto del elenco secundario ofrece interpretaciones sólidas, pero la presencia de Sadie Sink es el catalizador de la experiencia cinematográfica. Es fundamental resaltar cómo la dirección artística contribuye a la creación de esta atmósfera opresiva y claustrofóbica. Los espacios interiores, con sus espejos infinitos y sus colores apagados, se convierten en verdaderos antagonistas, reflejando y exacerbando la soledad de la protagonista.
No obstante, la película no está exenta de ciertas fallas. El ritmo, aunque generalmente efectivo para generar tensión, puede resultar lento para algunos espectadores. Asimismo, la ausencia de explicaciones explícitas sobre el origen de la dualidad de Holly podría dejar a algunos con la necesidad de una mayor elaboración. Sin embargo, estas pequeñas imperfecciones palidecen en comparación con el impacto emocional y la complejidad psicológica que “No mires” logra generar. Es una película que no busca ofrecer respuestas fáciles, sino que invita al espectador a cuestionarse sus propias sombras y a enfrentar los aspectos más oscuros de la condición humana. La película recuerda que a veces, lo más aterrador no es lo que vemos, sino lo que no vemos en nosotros mismos.
Nota: 8/10