No mires arriba (2021)

“No mires arriba” es una película que, a pesar de su premisa premonitoria y aparentemente apocalíptica, logra, con una sutileza perturbadora, hablar de la incapacidad del ser humano para comprender la amenaza que se cierne sobre él. La dirección de Mike Cahill se centra en la creación de una atmósfera de inquietud creciente, utilizando planos largos, juegos de cámara inteligentes y una banda sonora minimalista que, paradójicamente, intensifica la sensación de desasosiego. Cahill no busca el espectáculo hollywoodense, ni el drama exagerado, sino la observación fría y desapasionada de una realidad en la que el mensaje fundamental, la inminente destrucción, pasa desapercibido por la mayoría.

La película se mueve a través de dos líneas temporales que se entrelazan de forma magistral, creando una intrincada red de preguntas y sospechas. Robert Pine, como el Dr. Mann, y Josh Hartnett, como el Dr. Roy Abell, son los anclajes de esta narrativa fragmentada, interpretando con una calma que resulta casi inquietante. Hartnett, en particular, transmite una profunda tristeza y resignación, como si ya anticipara el destino que le espera. Su actuación es la que más acierto, ya que logra comunicar la desesperación silenciosa ante la incomprensión generalizada. La química entre ambos actores es excelente, aunque la relación se basa más en la frustración compartida que en el afecto romántico, lo cual refuerza la idea central del aislamiento humano.

El guion, a cargo de Cahill y Kazuo Ishiguro, es donde se encuentra el núcleo de la película. No se basa en la acción explosiva, sino en el diálogo sutil y en las reflexiones sobre la naturaleza humana, la responsabilidad y el significado de la existencia. La película plantea preguntas existenciales que resuenan mucho más que un argumento de ciencia ficción convencional. El uso de múltiples narrativas, incluyendo el segmento “presente” protagonizado por la joven Sara (Olivia Wilde) y su incomprensible padre, funciona, aunque podría haber sido más conciso en algunos momentos. La ambigüedad deliberada y las múltiples interpretaciones son, en definitiva, el punto fuerte de la obra, invitando al espectador a reflexionar sobre lo que realmente importa y si la ignorancia es, en última instancia, una forma de supervivencia.

La película juega con la percepción de la realidad, borrando las fronteras entre sueño y vigilia, entre la ciencia y la ficción. El elemento de “teoria de la simulación” se introduce con cautela, sin ser una obsadía, y sirve más como un vehículo para explorar la fragilidad de la verdad y la dificultad de comunicar un mensaje importante cuando la audiencia está perdida en su propia ignorancia. Es una película que se queda contigo mucho después de que los créditos finales han terminado de rodar, obligándote a cuestionar tu propia percepción del mundo y a preguntarte si realmente estamos prestando atención a lo que nos rodea.

Nota: 7/10