“No se aceptan devoluciones” es una película que, irónicamente, nos obliga a cuestionar nuestras propias ideas preconcebidas sobre el amor y la paternidad. La historia, aparentemente sencilla, resulta ser sorprendentemente compleja y, sobre todo, inquietante. Inicialmente, el protagonista, Valentín, se presenta como un arquetipo del hombre moderno: cínico, superficial y totalmente ajeno a las responsabilidades familiares. Su viaje hacia Los Ángeles para devolver a la pequeña Zoé a su madre es una estrategia pragmática, casi fría, basada en la conveniencia. Sin embargo, la película magistralmente teje una trama que va erosionando esta fachada, revelando una fragilidad y una necesidad emocional que nunca habíamos imaginado.
La dirección de Christian Carion es precisa y, en ocasiones, visceral. No rehúye la incomodidad, el silencio incómodo, la mirada perdida. Utiliza planos largos que se posan sobre las caras de los protagonistas, capturando cada pequeña reacción, cada matiz de emoción. La película no busca melodramas fáciles, sino una representación cruda y honesta de la transición de Valentín. El uso de la cámara a menudo nos coloca en la misma posición de vulnerabilidad que siente el personaje, intensificando la experiencia para el espectador. El contraste entre el bullicio de la ciudad y la intimidad de la pequeña cabina donde se desarrolla gran parte de la historia es particularmente efectivo.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Gael García Bernal, en el papel de Valentín, ofrece una interpretación impecable. Demuestra una evolución palpable, una transformación que va más allá de la mera obligación. No se trata de un cambio repentino, sino de un proceso lento y doloroso. Es una actuación silenciosa, pero profundamente expresiva, basada en la sutileza y la mirada. La joven Lorraine Pascot, como la madre de Zoé, también brilla con luz propia, interpretando con una naturalidad que aporta equilibrio y autenticidad a la historia. La química entre ambos actores es fundamental para la credibilidad de la relación que se desarrolla.
El guion, adaptado de un relato de Paulo Coelho, es inteligente y desafiante. La película evita caer en clichés sentimentales, explorando temas como la responsabilidad, el perdón, la soledad y la posibilidad de encontrar el amor en lugares inesperados. Si bien algunos momentos pueden resultar excesivamente melodramáticos, la película logra mantener la tensión y el interés del espectador gracias a su ritmo narrativo y a la complejidad de sus personajes. La trama funciona, paradójicamente, al cuestionar la idea de que la paternidad es un vínculo automático o predeterminado. Valentín no se convierte en padre por elección, sino por necesidad, y esta circunstancia es lo que lo impulsa a descubrir su propio ser.
Nota: 7/10