“No soy ningún ángel” (No Sou Ningún Ángel) no es una película que se olvida fácilmente. Más allá de su provocadora premisa, la película de Nicolas Winding Refn es una experiencia cinematográfica intensa, visceral y, francamente, incómoda. Refn nos sumerge en la descarada y solitaria existencia de Tira (Lynn Collins), una bailarina y domadora de leones con una aura de peligro innegable, que se ve arrastrada a un espectáculo que desafía cualquier noción de ética o decencia.
La dirección de Refn es, como siempre, magistral. Utiliza la luz y la sombra de manera exquisita, creando una atmósfera onírica y opresiva que refleja el estado psicológico de Tira. La película no se basa en la narración lineal; se construye a través de fragmentos visuales y sonoros que se entrelazan para sugerir una historia en lugar de revelarla explícitamente. La fotografía, en particular, es impresionante, con colores saturados y composiciones que recuerdan a obras de arte de vanguardia. Winding Refn es un maestro en el uso del movimiento y la cámara lenta, lo que intensifica la sensación de peligro y vulnerabilidad que impregna la película. Pero no es solo visualmente impactante; la banda sonora, compuesta por Jesper Kjelgren, es absolutamente hipnótica y contribuye enormemente a la tensión general.
Lynn Collins ofrece una actuación icónica. Su Tira es un personaje complejo y contradictorio. Es una mujer hermosa, seductora y, al mismo tiempo, profundamente insegura y herida. Collins transmite con sutileza la tristeza y el anhelo que se esconden detrás de su actitud desafiante. El personaje no es un icono del mal, sino una víctima de las circunstancias y de sus propias ambiciones. La relación entre Tira y los hombres ricos con quienes se cruza es más que un simple juego de seducción; está cargada de un deseo de conexión, de validación, de escapar de un pasado traumático. El guion, aunque deliberadamente ambiguo, explora temas como la soledad, la identidad, la adicción y la búsqueda de la felicidad, todos ellos presentados con una honestidad brutal. Refn no ofrece soluciones fáciles, ni juzga a sus personajes. Simplemente los observa, los documenta y los deja vivir sus vidas, incluso cuando son autodestructivas.
La película, sin embargo, tiene sus limitaciones. Algunas escenas pueden resultar excesivamente largas y contemplativas, y la falta de una trama convencional puede frustrar a algunos espectadores. Además, la estética a veces se convierte en un fin en sí mismo, eclipsando la profundidad emocional de la historia. Pero, a pesar de estas pequeñas fallas, "No soy ningún ángel" es una obra ambiciosa y original que se atreve a desafiar las convenciones del cine mainstream. Es una película que exige un compromiso por parte del espectador, pero que, en última instancia, recompensa con una experiencia cinematográfica inolvidable. Un estudio de personajes y de la desesperación, que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales terminan de rodar.
Nota: 8/10