Noé (2014)

“Noé” no es, precisamente, una experiencia cinematográfica que nos sorprenda por su innovación o su enfoque radicalmente nuevo de la Biblia. Sin embargo, la película de Darren Aronofsky, con su ambición visual y su puesta en escena monumental, logra ser una experiencia inmersiva que, pese a sus fallos, invita a la reflexión sobre la condición humana y el destino del planeta. Aronofsky se enfrenta a un reto titánico: adaptar un relato milenario y profundamente arraigado en la cultura popular, a la pantalla grande con una producción de proporciones colosales. Y, en cierto modo, lo logra, aunque con un resultado que se siente, a veces, demasiado calculado.

La dirección de Aronofsky se centra en la tensión visceral, en el miedo paralizante ante la inminente catástrofe. La película no se preocupa demasiado por el desarrollo psicológico de Noé (interpretado con una sobriedad convincente por Russell Crowe), sino por la representación visual de la destrucción que se avecina. Los efectos especiales, que incluyen simulaciones realistas de la inundación, son, en su mayoría, impresionantes y generan un impacto emocional considerable. Sin embargo, la película corre el riesgo de caer en un mero espectáculo visual, a veces sacrificando la profundidad emocional y la complejidad narrativa. El ritmo es desigual; las primeras horas son un crescendo de tensión y paranoia, mientras que las últimas se centran más en la reconstrucción y la esperanza, perdiendo parte del dramatismo inicial.

El guion, aunque basado en un relato conocido, carece de originalidad en su tratamiento de la historia. Se presta una atención considerable a la descripción de los animales a bordo del arca, una decisión interesante que, en teoría, debería enfatizar la importancia de la preservación de la biodiversidad. Las escenas con los animales, aunque bien ejecutadas, a veces se sienten más como un ejercicio de CGI que como una exploración genuina de las interacciones entre las distintas especies. La relación entre Noé y su esposa, Mara (Penélope Cruz), está representada con un realismo emotivo, aunque no se profundiza lo suficiente en las dificultades inherentes a una tarea tan monumental. Cruz ofrece una interpretación sutil y magnética, un contrapunto a la fuerza bruta de Crowe.

A pesar de sus limitaciones, “Noé” es una película que invita a la contemplación sobre el pecado original, la redención y la responsabilidad humana ante la destrucción del medio ambiente. Aronofsky, a través de la metáfora de la inundación, plantea preguntas inquietantes sobre el futuro del planeta y la necesidad de cambiar nuestro comportamiento. No es una obra maestra, por supuesto, pero sí un espectáculo visualmente impresionante que, por su ambición y su mensaje subyacente, merece ser visto. La película logra, en definitiva, evocar una sensación de temor y esperanza, como el propio diluvio que se describe en el relato bíblico.

Nota: 7/10