North Shore (1987)

“North Shore” (1987) es una película que, a pesar de su ambientación paradisiaca y su previsible trama, logra transmitir un mensaje sutil y, en cierto modo, conmovedor sobre la autenticidad y la búsqueda de la identidad. La película, dirigida con una sensibilidad notable por David Parker, no busca ser un thriller de acción, sino más bien una meditación sobre la vida en Hawái y el choque entre el surf como práctica espiritual y su mercantilización. El tono, deliberadamente pausado y relajado, evoca la idílica belleza de las islas, pero también sugiere una cierta melancolía, una sensación de que la verdadera magia está en la conexión con la naturaleza y con uno mismo.

El guion, a pesar de sus convencionalismos narrativos – un joven aprendiendo a surfear, una chica atractiva, un mentor sabio – es sorprendentemente honesto. No se adscribe a los clichés del cine adolescente. El desarrollo del personaje de Rick, interpretado por Shaun Segal, es gradual y creíble. Inicialmente, se muestra como un chico superficial, preocupado por las apariencias y buscando la fama a través del surf. Sin embargo, a medida que pasa tiempo con Keanu (Jean-Claude Van Damme), el famoso surfer Keanu Akana, y aprende de su filosofía, su actitud evoluciona. La película no glorifica el surf como deporte de élite, sino que lo presenta como una forma de vida que exige respeto, disciplina y, sobre todo, una conexión profunda con el océano.

La actuación de Van Damme es crucial, aunque a menudo se reduce a una presencia imponente. Sin embargo, lo importante no es su carisma, sino la fuerza de su interpretación como un hombre que ha abrazado la vida en el mar y que, a pesar de su fama, conserva una conexión con sus raíces. Jean-Paul Belmondo, en un papel secundario, aporta un toque de sabiduría ancestral, recordando a Rick que “el surf no es solo dar forma a la ola, sino también darle forma a tu vida”. La química entre Van Damme y Belmondo es palpable, creando un contraste interesante entre la modernidad y la tradición.

Visualmente, “North Shore” es un festín para los ojos. La fotografía de Dean Carpenter captura la esencia de Hawái con una paleta de colores vibrantes y escenas submarinas impresionantes. Las tomas del mar, con la espuma de las olas y el sol brillando sobre el agua, son particularmente memorables. La banda sonora, compuesta por Jack Nitzsche, complementa a la perfección la atmósfera de la película, utilizando elementos de música hawaiana y jazz. No obstante, la dirección artística podría haber explorado más a fondo la cultura local, aunque la película se centra en la experiencia del protagonista.

En definitiva, “North Shore” es una película que va más allá de su premisa inicial. No es solo una historia de surf; es una reflexión sobre la autenticidad, la búsqueda de la identidad y la importancia de respetar la naturaleza. Aunque pueda resultar un poco lenta para algunos espectadores, su belleza visual y su mensaje evocador la convierten en una joya olvidada del cine de los ochenta, y un pequeño pero poderoso relato sobre la conexión con el mar y con uno mismo.

Nota: 7/10