“November” es una película que te atrapa desde el primer momento por su atmósfera densa y opresiva. La dirección de Baran Kılıç, en su debut cinematográfico, demuestra una maestría sorprendente en la construcción de un mundo propio, un espacio rural y nórdico donde la naturaleza no es un paisaje idílico, sino una fuerza implacable, casi demoníaca. Kılıç se aleja deliberadamente de la estética del terror convencional, optando por una visualidad gótica, con colores apagados, una fotografía sombría y planos largos que enfatizan la soledad y el aislamiento de sus personajes.
La película se centra en Liina (Tuuli Nykänen), una mujer devastada por la pérdida de su amado Hans. Su dolor la lleva a tomar decisiones desesperadas, a poner en riesgo su propia alma para recuperarlo. Nykänen ofrece una actuación notable, logrando transmitir la angustia y la desesperación de su personaje con una sutileza que supera a la acción. No recurre a histrionismo, sino a la mirada, a los gestos, a la voz, para revelar la profundidad de su sufrimiento. El resto del elenco secundario, especialmente Kai Kvist, como el misterioso y enigmático personaje de Juhan, aporta matices y añade complejidad a la trama. La dinámica entre los personajes, la desconfianza, la sospecha y la necesidad de ayuda, son elementos que enriquecen considerablemente la narrativa.
El guion, co-escrito por Kılıç y Arvo Puhtmaa, es quizás el punto más fuerte de la película. Se centra menos en el susto fácil y más en la exploración de temas como el duelo, la superstición, la moralidad y los límites del amor. Las ideas que plantea sobre la mercantilización del alma y la relación entre la fe y el pragmatismo son inquietantes y provocadoras. La película se presta a múltiples interpretaciones, dejando al espectador la tarea de desentrañar el significado de los símbolos y de la magia que impregna el mundo de "November". Si bien el ritmo puede sentirse lento para algunos, esta deliberada lentitud permite que la atmósfera se asiente y que el espectador se sumerja plenamente en la historia.
La película no busca entretener con jumpscares ni con una narrativa lineal. Más bien, se trata de una experiencia contemplativa, de una reflexión sobre la condición humana frente a lo desconocido. Los kratts, esas extrañas criaturas de metal y madera que adquieren un papel central en la trama, son más que simples villanos; representan la corrupción, la ambición desmedida y la búsqueda del poder a cualquier costo. La película, en definitiva, es una obra ambiciosa y reflexiva que desafía al espectador a cuestionar sus propias creencias y valores. Es una película que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales han terminado de rodar.
Nota: 8/10