Nuevos rebeldes (1989)

“Nuevos Rebeldes” (New Rebel), dirigida por Marc Meyers, no es una película que te deje con una conclusión grandilocuente sobre la juventud. Más bien, se presenta como un retrato crudo y, a veces incómodo, de la desesperación adolescente y las consecuencias de decisiones mal tomadas. La película se centra en Tim Doolan (Adam Horovitz), un joven que, tras pasar por un centro juvenil de corrección, termina en un centro psiquiátrico, donde se ve obligado a reconstruir su vida y su pasado frente a la mirada del Dr. Bloomfield (Donald Sutherland). La premisa, en sí misma, es intrigante, pero la película se construye principalmente a través del monólogo del protagonista, una narración que, aunque central, puede sentirse algo repetitiva al final.

La película no busca glorificar la rebeldía de Tim. Al contrario, Meyers muestra un joven cimentado en una profunda sensación de abandono y frustración. Horovitz ofrece una interpretación sobresaliente, transmitiendo la amargura y la vulnerabilidad de su personaje con una sutileza que contrasta con la violencia que ha demostrado. La actuación de Sutherland también es notable, representando al Dr. Bloomfield como un psiquiatra experimentado, consciente de la complejidad de sus pacientes y de la dificultad para acceder a sus verdaderos sentimientos. Su presencia, aunque discreta, aporta un elemento de humanidad y reflexión al relato.

La dirección de Meyers es sólida, aunque a veces un tanto contemplativa. Prefiere el silencio y la atmósfera para comunicar la angustia del protagonista, en lugar de recurrir a escenas de acción o efectos especiales. El uso de la fotografía, con tonos fríos y apagados, refuerza esa sensación de desolación y aislamiento. Sin embargo, la película podría haber beneficiado de una mayor exploración de los personajes secundarios, los cuales parecen meros elementos en el trasfondo del relato de Tim. La dinámica familiar, en particular, se presenta de forma algo superficial, lo que limita la profundidad del conflicto generacional que la película intenta abordar.

El guion, adaptado de la novela de Robert James, se basa en un diálogo interno, un flujo de conciencia que revela la historia de Tim. Aunque la voz en off es efectiva para sumergir al espectador en la mente del protagonista, la estructura narrativa puede resultar algo monótona. El ritmo es deliberadamente lento, y hay momentos en los que el espectador siente que se está perdiendo la pista de los acontecimientos. A pesar de esto, la película logra transmitir la sensación de un pasado doloroso y el arduo camino hacia la redención, aunque sin ofrecer soluciones fáciles ni conclusiones definitivas. La película, en definitiva, es un buen ejercicio de introspección, pero su lentitud y su falta de profundidad en algunos aspectos limitan su impacto emocional. Se trata de una película que invita a la reflexión, pero que no necesariamente a la emoción intensa.

Nota: 6/10