“Nunca apagues la luz” no es, en absoluto, una película que se pueda disfrutar a la ligera. Es una experiencia visceral, inquietante y a veces, francamente perturbadora, que se aferra a ti mucho después de que los créditos finales han terminado de rodar. Director Daniel Kumah ha logrado construir una atmósfera de terror psicológico lenta pero implacable, que se basa en la sugestión y el miedo a lo desconocido, más que en sustos baratos y efectos especiales deslumbrantes. Este enfoque, aunque no para todos los gustos, le da a la película una profundidad que la distingue de muchas otras producciones del género.
La historia, centrada en Rebecca (Emma Flores), es un relato de horror familiar con una raíz en un trauma pasado. La presencia de Diana, el ser maligno que la persigue, se revela gradualmente como un reflejo de un conflicto familiar enterrado. Kumah utiliza con maestría el uso de la oscuridad y el silencio para aumentar la sensación de amenaza constante. El diseño de sonido, en particular, es fundamental para el impacto emocional de la película. Los susurros, los crujidos, el viento soplando a través de las ventanas; todos ellos se combinan para crear un ambiente de tensión palpable, una sensación de que algo está observándote.
La actuación de Emma Flores es, sin duda, la piedra angular de la película. Su interpretación de Rebecca es matizada y convincente. No se limita a ser la víctima pasiva; muestra un creciente temor, una determinación silenciosa y una creciente desesperación. Su mirada, llena de incertidumbre y miedo, es lo que realmente te conecta con el personaje y te hace sentir su terror. El resto del reparto, incluyendo a los hermanos de Rebecca, secundan a la perfección, aportando un toque de naturalidad y autenticidad a la narrativa.
En cuanto al guion, aunque la trama es relativamente sencilla, la película se beneficia de un ritmo pausado y de un desarrollo lento de los personajes. El guion evita recurrir a clichés del género y se centra en la exploración de las dinámicas familiares y el impacto de los secretos. La forma en que se revela la historia de Diana y su conexión con la familia de Rebecca es especialmente bien ejecutada, ofreciendo una perspectiva original sobre la naturaleza del horror. Sin embargo, podría argumentarse que el final, aunque resonante, podría haber sido un poco más elaborado o con un giro más sorprendente. Se siente un poco apresurado para cerrar la historia de la manera en que podría haberlo hecho.
En definitiva, “Nunca apagues la luz” es una película que recompensa la paciencia del espectador. No es una película de miedo inmediato, sino una experiencia de terror psicológico que te acompañará durante días. Es una obra que demuestra el poder del cine para evocar emociones profundas y explorar temas oscuros y complejos. Es una película inteligente y bien realizada, que merece ser vista por aquellos que buscan algo más que un simple entretenimiento de terror.
Nota: 7/10