“Nunca digas nunca jamás” es una decepción elaborada, una película que promete un thriller de espías tenso y claustrofóbico, pero que termina siendo una sucesión de ideas brillantes y un ritmo irregular que la estrangula. La premisa, la amenaza nuclear y el chantaje gubernamental, tiene el potencial de generar una historia profundamente atrapante, pero la ejecución palidece considerablemente.
La dirección de Oliver Parker, por lo general sólida, parece desconcertada en gran medida. Intenta crear una sensación de urgencia y peligro, pero las técnicas que emplea a menudo son demasiado recelosas. Hay momentos que el ritmo se ralentiza innecesariamente, con diálogos excesivamente expositivos y escenas que podrían haberse condensado de forma mucho más eficiente. El uso de la luz y la sombra es interesante, reflejando la paranoia y el miedo que permea la película, pero no alcanza la profundidad que podría haber generado un ambiente más visceral. Parker se centra demasiado en la presentación visual, descuidando la construcción de personajes complejos y una exploración interna más profunda de los conflictos emocionales de sus protagonistas.
Las actuaciones son un punto fuerte, sin duda. Jude Law, en el papel del agente 007, aporta una elegancia y un estoicismo habituales al personaje, aunque su interpretación carece de la chispa que podría haberlo elevado por encima de la mediocridad. Glenn Close, en el papel de la sofisticada y poderosa manipuladora, ofrece una actuación magnética, un verdadero espectáculo de temple y seducción. Su personaje es una encarnación perfecta de la ambición y la crueldad, y Close la interpreta con una maestría admirable. La química entre Law y Close es palpable, generando momentos de tensión y tensión, aunque la relación romántica se siente forzada y poco natural dentro del contexto de la trama.
El guion es, sin duda, el principal defecto de la película. A pesar de las interesantes ideas iniciales, la historia se desangra a medida que avanza. Los diálogos son a menudo torpes y poco convincentes, y la resolución final resulta demasiado apresurada y poco satisfactoria. Existen algunas escenas que podrían haberse aprovechado para desarrollar personajes secundarios y explorar los dilemas morales de los protagonistas, pero estas oportunidades se desaprovechan por completo. La trama se complica con demasiados giros y vueltas, lo que dificulta la comprensión de la historia y reduce la tensión dramática. El guion es, en esencia, un conjunto de clichés de espionaje modernizados, que no ofrecen nada de nuevo o relevante al género.
“Nunca digas nunca jamás” es un ejemplo de cómo una buena premisa y algunas interpretaciones sólidas no son suficientes para salvaguardar una película mediocre. Se deja con un sabor agridulce: se ve la semilla de una historia prometedora, pero la cosecha es decepcionante. Podría haber sido una joya, pero termina siendo simplemente otra entrega olvidable en una franquia exhausta.
Nota: 5/10