“Nunca la Primera Noche” es una película que, a primera vista, podría pasar desapercibida en la marea de estrenos independientes. Sin embargo, bajo la superficie de un drama psicológico aparentemente sencillo, se revela una reflexión sobre la fragilidad humana, el autodesconocimiento y la búsqueda desesperada de la felicidad. La película, dirigida con una sensibilidad notable por Elia Grunwald, no se adscribe a fórmulas de suspense, sino que se centra en la introspección de Julie, interpretada magistralmente por la joven Julia Garner. Su personaje es un enigma, una mujer contradictoria y a menudo desagradable, pero a la vez profundamente vulnerable. La película construye, lentamente, la sensación de que hay algo profundamente roto en ella, un miedo latente a la conexión y a la responsabilidad.
La dirección de Grunwald es precisa y deliberada. La película se caracteriza por una estética visual sobria y contemplativa, que refleja el estado mental de Julie. Hay una marcada preferencia por los planos largos, que invitan a la reflexión y nos permiten absorber cada pequeña expresión facial de Garner. El uso de la luz y la sombra es particularmente efectivo, creando una atmósfera opresiva que acompaña al personaje a lo largo de toda la película. No se busca el impacto visual inmediato, sino una construcción gradual de tensión psicológica. El sonido, por su parte, es sutil y evocador, con música ambiental que complementa el silencio angustiante de las situaciones. El ritmo, aunque pausado, es perfecto para la historia que se cuenta. Se permite al espectador el tiempo necesario para conectar con el personaje, incluso cuando no se muestra simpático.
La actuación de Julia Garner es, sin duda, el corazón de la película. Su interpretación es inquietante y fascinante a la vez. Con un rostro que transmite una mezcla de confusión, amargura y vulnerabilidad, Garner logra capturar la complejidad de Julie de una manera que pocas veces se ha visto. Su capacidad para comunicar emociones sutiles y a través de miradas y gestos es asombrosa. El resto del reparto, aunque limitado en número, ofrece interpretaciones sólidas y naturales. En particular, la química que se establece entre Garner y el actor que interpreta al terapeuta de Julie, resulta crucial para el desarrollo de la trama.
El guion, adaptado del libro homónimo de “Never Me Again” de Chloe Neill, es inteligente y bien construido. Si bien la premisa inicial –la lectura obsesiva de un libro de autoayuda– puede parecer trillada, el guion explora las consecuencias psicológicas de esta práctica de manera honesta y sin concesiones. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza de la felicidad, el autodesconocimiento y la búsqueda de significado en la vida. La novela, y por extensión la película, no glorifican la solución fácil, sino que muestran la importancia de la autoaceptación y el trabajo interno. Es un guion que te deja pensando mucho después de que termina. La forma en que se explora el proceso de cambio de Julie, con sus avances y retrocesos, es particularmente convincente y realista.
Nota: 7/10