Objeto de seducción (1991)

“Objeto de Seducción” (2023) es, en su esencia, un estudio de personajes y una disección implacable del vacío existencial que puede surgir cuando la vida se construye sobre la superficie de la acumulación material. La película de la directora Sarah Polley no es un thriller espectacular, ni un melodrama histriónico, sino una observación precisa y sutil de una relación en crisis, desvelada por una espiral de decisiones y la incapacidad de afrontar la realidad. Polley construye una atmósfera opresiva desde el principio, empleando una paleta de colores apagados y una fotografía cuidada que refleja el estado emocional de los protagonistas: un matrimonio, Daniel y Amelia, cuyo estilo de vida lujoso se desmorona abruptamente, dejando a la vista las grietas en su unión.

La actuación de Joelle Carter y Nick West es el corazón de la película. Ambos logran transmitir con una honestidad brutal la frustración, la impotencia y la creciente incomunicación entre ellos. Carter, en particular, ofrece una interpretación excepcionalmente natural, mostrando la desorientación de Amelia al perder su identidad ligada a sus posesiones y a la imagen que proyecta. West, por su parte, juega con el resentimiento y la decepción, capturando la impotencia de Daniel ante la intransigencia de su esposa. La química entre los actores es fundamental para la credibilidad de la historia, creando una sensación palpable de distancia y desesperación.

El guion de Sarah Polley, adaptado de la novela homónima de Andrew Neiderman, es el elemento más destacado de la película. La trama, aparentemente sencilla, se convierte en una profunda exploración de temas como la responsabilidad, el legado y la búsqueda de significado. La decisión de Amelia de aferrarse a la escultura de Henry Moore no es solo una cuestión de avaricia, sino una manifestación de su incapacidad para confrontar sus propias limitaciones y su miedo a renunciar a la apariencia de una vida "buena". La película no juzga a los personajes, sino que les presenta con una empatía que permite al espectador reflexionar sobre las razones que impulsan sus acciones. La tensión no proviene de eventos dramáticos, sino de la acumulación de silencios, miradas evasivas y la creciente sensación de que algo está roto.

Polley evita las soluciones fáciles y los finales felices. La película concluye con una nota de incertidumbre, dejando abierta la posibilidad de que la pareja pueda encontrar una nueva dirección, aunque no necesariamente una que les traiga la felicidad. Este final ambiguo, lejos de ser decepcionante, es en realidad una muestra de la maestría de la directora, que se atreve a cuestionar las convenciones del melodrama y a ofrecer una visión honesta y sin concesiones de las complejidades del amor y las relaciones humanas. “Objeto de Seducción” es una película que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales han terminado, invitando a la reflexión y a la conversación. Es una película adulta, inteligente y conmovedora.

Nota: 8/10