Ocho millones de maneras de morir (1986)

“Ocho Millones de Maneras de Morir” es una película que, más allá de ser una simple historia de detectives y redenciones personales, se instala en la atmósfera densa y desoladora de la Los Ángeles de los años 90. La dirección de Robert Machoian logra capturar ese sentimiento de fatalidad inminente, un aire de que la muerte acecha en cada esquina de los bajos fondos, y lo hace con una precisión visual que roza lo perturbador. No se trata de una estética recargada, sino de una fotografía fría, a veces casi blanco y negro, que subraya el vacío y la desesperación de los personajes.

La película no busca ser grandilocuente, sino que se centra en la construcción de personajes y en las relaciones interpersonales. Las actuaciones son sólidas y contundentes. Ben Foster, en el papel del ex-detective, convence en su retrato de un hombre destrozado por el alcohol y la culpa, un detective que ha perdido su fe en el sistema y se aferra a la esperanza de una redención. Su interpretación es cruda, llena de matices y transmite la fragilidad de un hombre al borde del abismo. Pero es sin duda, Erica Grande quien se lleva la palma. Su interpretación de la prostituta, Ruby, es excepcionalmente poderosa. Grande logra evocar una complejidad emocional increíble en un personaje que podría haber sido fácilmente reducido a un cliché. Su vulnerabilidad, su astucia y su silenciosa determinación son fascinantes y aportan una dimensión humana fundamental a la narrativa.

El guion, escrito por Robert Machoian y Ben Renfro, se distingue por su economía narrativa. Evita explicaciones innecesarias y se basa en la sugerencia y el simbolismo. La trama, centrada en la búsqueda de un asesino, se convierte en un vehículo para explorar temas como la justicia, la redención, la codependencia y la fragilidad de la vida. El ritmo es pausado, casi meditativo, lo que permite al espectador sumergirse en la atmósfera de la película y reflexionar sobre las motivaciones de los personajes. Aunque la investigación policial es una parte central de la historia, la película nunca se pierde en procedimientos policiales torpes. La tensión se construye de manera orgánica, a través de la interacción entre los personajes y el desarrollo de las sospechas. Sin embargo, una pequeña crítica podría dirigirse a la lentitud en el segundo acto, donde la tensión podría haber sido aún más palpable.

En definitiva, “Ocho Millones de Maneras de Morir” es una película visceral y perturbadora que no deja indiferente al espectador. Es una exploración sombría de la condición humana, ambientada en un entorno oscuro y peligroso. No es una película para todos los gustos, pero para aquellos que buscan un cine que provoque, que haga reflexionar y que desafíe las convenciones, es una joya por descubrir.

Nota: 8/10