Oda a mi padre (2014)

“Oda a mi padre” es una película que se instala en la memoria con la persistencia de un recuerdo agridulce, un homenaje a la figura paterna que a menudo permanece inexplorada en el panorama cinematográfico. No es una epopeya bélica ni un drama de guerra grandilocuente, sino más bien una meditación sobre la promesa, el compromiso y el peso de la responsabilidad. La película, a pesar de su sencillez aparente, logra evocar una poderosa carga emocional, construida con una dirección discreta pero efectiva de Lee Chang-dong. Él evita la grandilocuencia y se centra en la intimidad de un niño, Dong-soo, y su relación con su padre, quien se alista en el ejército coreano poco antes del inicio de la guerra de Corea.

La dirección de Lee Chang-dong se caracteriza por una fotografía naturalista y despojada. El blanco y negro, que a menudo evocan la nostalgia y la memoria, aquí no es meramente estilístico, sino que sirve para acentuar la dureza de la vida rural coreana y el contraste entre el hogar idílico y la amenaza inminente de la guerra. La película no recurre a excesos visuales; su fuerza reside en la sutileza, en los pequeños detalles, en las miradas y en los silencios que hablan más que las palabras. Observamos a Dong-soo creciendo, presenciando el lento pero inexorable cambio en su padre, y experimentando el trauma del reencuentro, todo ello a través de la lente de la observación privilegiada de un niño.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Lee Jong-seong, quien interpreta al padre, ofrece una interpretación magistral. Su personaje no es un héroe romántico, ni un patriota ferviente, sino un hombre común, con sus propias dudas y miedos. La evolución de su personaje, desde la figura paterna protectora hasta el soldado marcado por la guerra, se representa con una verdad conmovedora y sin adornos. Kim Tae-yong, como Dong-soo, transmite con sorprendente madurez la angustia de un niño que debe crecer demasiado pronto, la confusión y el dolor de no poder cumplir su promesa. La química entre ambos actores es palpable y fundamental para la credibilidad de la historia.

El guion, adaptado de la novela homónima de Han Suk-young, se adhiere fielmente a la esencia de la obra original, pero sin perder la fuerza emocional. La película no intenta explicar la guerra, sino que la utiliza como telón de fondo para explorar la dinámica familiar y el impacto psicológico de la separación. La promesa que el niño hace a su padre es el eje central de la narrativa, y la película explora las consecuencias de esa promesa a lo largo de décadas. Se trata de un guion que evita las soluciones fáciles y que se centra en la experiencia humana, en las heridas emocionales que quedan abiertas y en la necesidad del amor y el compromiso.

En definitiva, “Oda a mi padre” es una película conmovedora, sencilla pero profunda, que invita a la reflexión sobre la familia, la memoria y la importancia de las promesas. Es un retrato honesto y sin adornos de la vida cotidiana en Corea antes y después de la guerra, y un homenaje sincero a los padres que sacrificaron todo por sus hijos. No es un espectáculo, sino una experiencia íntima y duradera.

Nota: 8/10