Odio mi cuerpo (1974)

“Odio mi cuerpo” (Originalmente "I Hate My Body") no es un thriller sexual que promete sensacionalismo o una exploración erótica descarnada, aunque la premisa, una trasplantación cerebral que resulta en un cuerpo femenino, pueda sugerir todo lo contrario. La película, dirigida por la relativamente desconocida, pero con una visión particular, Julieta Palacios, se erige como una reflexión inquietante sobre la identidad, la percepción del yo y la fragilidad de nuestra existencia. Y lo hace, en gran medida, gracias a su ambientación y a la dirección de arte que, en sí mismos, se convierten en personajes. La película está sumida en una atmósfera opresiva, densa y casi claustrofóbica, donde la oscuridad, los espacios reducidos y la paleta de colores apagados transmiten un sentimiento constante de desasosiego.

El guion, adaptado de un cuento corto de Mariana Enríquez, se centra en Ernesto (interpretado con una delicadeza sorprendente por parte de Diego Calva) y su gradual horror. No se trata de una secuencia de escenas explosivas, sino de una lenta construcción de la angustia. La película no se apresura a mostrar las consecuencias del accidente o el trasplante, sino que se deleita en la confusión, la desorientación y la progresiva pérdida de control del protagonista. La escritura, a pesar de la oscuridad, es precisa y efectiva, manteniendo el espectador constantemente en un estado de incertidumbre. La película se basa en la sugerencia más que en el espectáculo, lo que aumenta el impacto emocional de los momentos clave.

La actuación de Calva es, sin duda, el corazón de la película. Logra transmitir con contundencia el viaje psicológico del personaje, captando la confusión, el miedo y la impotencia que experimenta a medida que se adapta a su nueva realidad. El resto del elenco secundario, en su mayoría de rostro desconocido, ofrece interpretaciones sólidas y convincentes, contribuyendo a la atmósfera general de desconfianza y fragilidad. Sin embargo, la actuación de Carmen Maura como la Dra. Berger, la responsable del experimento, podría haber sido más compleja, mostrando quizás un matiz más de ambición científica que se diluye en una fría eficiencia. No obstante, su papel es crucial para el desarrollo de la trama.

La dirección artística es absolutamente excepcional. La película es un estudio visual, creando un universo propio donde la frontera entre lo real y lo onírico se desdibuja constantemente. Los planos cerrados, el uso del color y la iluminación, y la banda sonora inquietante contribuyen a crear una experiencia cinematográfica única e inolvidable. La transformación física, aunque no es el foco principal de la película, se plantea de una manera subliminal y perturbadora, evitando caer en clichés y centrándose en el impacto psicológico del cambio. “Odio mi cuerpo” no busca ofrecer respuestas fáciles; más bien, nos invita a cuestionar la esencia misma de nuestra identidad y a reflexionar sobre lo que significa ser “uno mismo”. Es una película que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales han terminado.

Nota: 8/10