Ojos asesinos (1981)

“Ojos asesinos” (Screamers), la película de Wes Craven que en su momento pasó relativamente desapercibida, es una joya oscura y perturbadora que, a la luz de las tendencias actuales de suspense tecnológico, merece un nuevo y cuidadoso análisis. Más allá de ser una simple película de terror, Craven nos entrega una exploración inquietante sobre la obsesión por la perfección, la vulnerabilidad de la belleza artificial y las consecuencias imprevistas de la ciencia descontrolada. La película se atreve a cuestionar la ética en la búsqueda de la idealización, un tema que resuena con fuerza en un mundo cada vez más consumido por la edición de la imagen y las redes sociales.

La dirección de Craven es, como siempre, impecable. No se limita a construir sustos fáciles, sino que crea una atmósfera de tensión constante, aprovechando al máximo el espacio cerrado del laboratorio de la empresa Digital Matrix. Los planos son claustrofóbicos, la iluminación es tensa y la banda sonora, obra de Brian Reitzell, es un elemento narrativo esencial, permeando la película con una sensación de inquietud y amenaza inminente. Craven utiliza un montaje frenético, alternando con cortes rápidos y disonantes, para acentuar la sensación de paranoia y desorientación de los personajes.

El elenco ofrece actuaciones sólidas. Michael Rooker, en el papel del Dr. Roberts, está especialmente convincente. Su personaje, un cirujano plástico aparentemente frío y calculador, evoluciona a medida que avanza la trama, revelando una vulnerabilidad latente y una creciente obsesión con su trabajo. El resto del reparto, incluyendo a la joven Wendy Carlyle (Piper Perabo), cumplen su cometido con naturalidad, aunque su personaje, al ser más un catalizador que un personaje con profundidad, podría haber sido más desarrollado. Perabo, sin embargo, aporta una elegancia y una fragilidad que la convierten en una figura central en la disfuncionalidad del entorno.

El guion, aunque no es complejo en su trama, es brillante en la construcción de la paranoia y la sensación de que algo terrible está por suceder. La idea de los “escéneres” que buscan las imperfecciones y las convierten en objetos de deseo, que luego se convierten en herramientas de muerte, es ingeniosa y perturbadora. El desarrollo del misterio, aunque lento al principio, se vuelve cada vez más envolvente a medida que se revelan las verdaderas intenciones de Digital Matrix. La película juega con la idea de la belleza como máscara, y de cómo esa perfección artificial puede ocultar una realidad mucho más siniestra. La conexión entre la tecnología y la violencia es el núcleo de la historia, y Craven la explora con una perspicacia inquietante. No es una película que te haga gritar, sino que te mantiene en un estado de tensión constante, preguntándote si lo que ves es real o producto de tu propia imaginación. La ambigüedad final, con la posibilidad de que Roberts sea parte de la amenaza, añade una capa de complejidad y reflexión al final de la historia.

Nota: 8/10